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Mártires de Cristo al estilo de Ignacio de Antioquía

El concepto de martirio en palabras del santo devorado por las fieras en Roma

La Catedral de Oviedo refulgirá esplendorosa el próximo día 9 de marzo, cuando el Cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, haga la proclama sublime de que nueve seminaristas de Oviedo, mártires de Cristo, se hallan incluidos en el Catálogo de los Bienaventurados: son Beatos, por haber derramado su sangre por Cristo.

En lontananza de siglos, resuenan en mis oídos las palabras martiriales que en sus Epístolas sobre el martirio escribió el Mártir de Cristo, Ignacio de Antioquía, cuando escoltado por unos esbirros de la Roma Imperial era llevado camino de Roma para ser arrojado en el circo del Coliseo a los leones que devorarían las carnes del mártir para "convertirlo en pan candeal, que es Cristo".

En recogida lectura y en cálida meditación, mucho me complugo hacer este breve repaso de textos referidos al martirio, que obtienen tanta actualidad, al tener latiendo en los hondones del alma, la declaración de Beatos, que, ahora distinguirá en la culminación de sus vidas de creyentes cristianos a los seminaristas mártires de Oviedo. "Han partido un mismo pan, que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, sino más bien remedio para vivir en Jesucristo para siempre", diremos con San Ignacio a los fieles de Éfeso, esa Iglesia de Asia, que es "bendecida en la majestad y plenitud de Dios Padre, predestinada desde los siglos a ser por entero para la gloria permanente y unida a la pasión de Jesucristo, nuestro Dios".

Esa Iglesia, en nueva vivencia, hoy y aquí en la Catedral del Oviedo, repite vivencias de aquella otra Iglesia de todos los tiempos que, "apenas enterados de que yo venía de Siria, los pies sujetos con grilletes, hasta conseguir, por medio de vuestras oraciones, luchar con las fieras en Roma, para que en virtud del testimonio dado con mi sangre, alcance el ser discípulo en plenitud de Aquel que por nosotros se ofreció a sí mismo a Dios, como víctima sacrificial". Esa Iglesia, la única de Iglesia de Cristo, celebra y festeja el que nueve de sus hijos, seminaristas aspirantes al sacerdocio, alcancen el ser discípulos en plenitud.

El mártir antioqueno continúa así, al hablar de sus esperanzas de consumar el martirio: "En Cristo llevo estas cadenas, perlas espirituales, con las cuales me sea dado resucitar. Condenado estoy, vosotros agraciados de misericordia". Pasto de los leones será en su testigo privilegiado y Obispo y Pastor.

Podríamos pensar repitiéndose hoy estas hermosas palabras: "Acordaos de mí en vuestras oraciones, para que alcance a Dios; acordaos también de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro, porque necesito de vuestras oraciones, unidas en Dios, y de vuestra caridad para que la Iglesia de Siria merezca ser regada por vuestra Iglesia".

Destaca la Carta que Ignacio dirige a la Iglesia de Roma, "la que preside en la caridad", "la que es primada en el territorio de los Romanos". "No tratéis de prepararme cosa más grande, que derramar mi sangre en libación por Dios, mientras el altar esté todavía preparado, para que vosotros, convertidos en un coro de amor, cantéis loores al Padre en Jesucristo, por haber Dios hecho digno al Obispo de Siria de padecer con Él".

A los romanos dirige San Ignacio su famosa metáfora sobre el martirio: "Trigo soy de Dios y seré molido por las muelas de los leones, para convertirme en pan candeal, que es Cristo". "Más bien atraed a las fieras con halagos, para que me sean tumba y no dejen nada de mi cuerpo, a fin de que, fallecido, no resulte gravoso a nadie. Entonces seré discípulo verdadero de Cristo, cuando el mundo ya no vea mi cuerpo. Rogad a Cristo por mi en vuestras oraciones para que por medio de esos instrumentos de suplicio sea encontrado víctima para Dios".

Las ansias de martirio por parte de Ignacio le llevan a expresiones, que rezuman ilusiones de padecerlo en sus propias carnes. "Ojalá disfrute yo de las fieras, que están preparadas para mí. Llegaré a acariciarlas, para que, sin demora me devoren y no me suceda lo que a algunos, a los que, sintiéndose asustadas, no tocaron. Si ellas se resistieren, yo mismo las provocaré y procuraré azuzarlas. Ahora, en el ser devorado por los leones, empiezo a ser discípulo de Cristo".

Y este modo de enfocar el martirio le lleva a Ignacio a expresiones como ésta: "Fuego o Cruz, manadas de fieras, amputaciones y desmembraciones, descoyuntamientos de los huesos, los más crueles azotes, todos los tormentos, en suma, vengan sobre mí, con tal de llegar a Jesucristo. A Aquel busco, que murió por nosotros, a Aquel anhelo que por nosotros resucitó. Mi nacer para la Vida lo estoy contemplando delante de mí. Perdonadme, hermanos, no me impidáis vivir, no queráis mi muerte, que ansío ser de Dios: dejadme recibir la Luz pura. Dejadme ser imitador de la Pasión de mi Dios".

"Una voz interior clama en mí: ¡Ven al Padre! ¡Pan de Dios quiero ser, pan celestial, pan de vida, que es la carne de Jesucristo! La bebida de Dios ansío, que es su sangre, su amor sin fin y sin medida".

Concluyo esta encendida defensa del martirio: "acordaos de la Iglesia de Siria, que ahora, en mi lugar tiene por Pastor a Dios. Solo Jesucristo será su obispo y con Él vuestro amor".

La mañana del 7 de octubre de 1934 a los seminaristas mártires de Oviedo que ahora beatificamos les cupo en suerte, bajo el restallar de unas descargas de la pólvora sanguinaria, convertirse en pan celestial, en pan de vida, ofreciendo su primera misa inalcanzada, uniendo su sacrificio victimal con el de Cristo, el Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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