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LA CIUDAD Y LOS DÍAS

De ciudad dormida a la del siglo actual

El paseo vespertino, costumbre local de acercamiento social en la posguerra, fue rasgo clave de un Oviedo tranquilo y algo aislado

Alguna vez el plumilla que suscribe habrá escrito sobre la vieja costumbre paseante muy propia de ciudades como Oviedo, polarizadas entonces en un incipiente resurgir tras la posguerra mediado el siglo veinte. La capital asturiana, con sus escasos doscientos mil habitantes de entonces, se recuperaba poco a poco, tras los desastres bélicos de los años treinta y las precariedades de los cuarenta, su vitola de ciudad de las tres ces: culta, clerical y comercial.

Una de las costumbres populares de entonces en la ciudad, que la gente veterana como quien escribe recordará, era el paseo vespertino. Un paseo por antonomasia que era toda una costumbre establecida con presunta espontaneidad y a la vez ocasión de encuentro entre la juventud local, estudiantes, empleados, modistillas, colegialas que paseaban en grupo por Los Álamos, la misma calle Uría o el Bombé tras las horas de clase o de trabajo.

Toda una institución de la época que consistía en ir y venir en grupo, cambiar impresiones, hacer ejercicio tras el estudio o el trabajo, "refrescar" la vista y hasta emparejar. El acompañamiento era una especie de institución presuntamente espontánea, por amistad o interés y hasta por simple atrevimiento, que podría concluir en noviazgo posterior. Seguro que ahora quedan todavía algunos supervivientes de aquellos tiempos y modos.

Consistía, como digo, en un acercamiento supuestamente espontáneo, aceptado o incluso provocado y hasta convenido con algún pretexto: hace tiempo que no te veo, creo que te conozco, ¿estudias o trabajas?... Y por ahí seguido. Daba resultado según las costumbres de la época, cargadas de viejos prejuicios provincianos que sin duda tenían su explicación en la evolución de las costumbres sociales.

Viene esto a cuento, a estas alturas de los tiempos, a propósito de las convenciones de la época, ya entonces en trance de transformación y de nuevas costumbres que trajeron los años cincuenta y sesenta cuando la sociedad española empezaba a despertar y a adoptar cada vez más protagonismo. Eran los últimos años de las viejas costumbres, comprensibles por la evolución de hechos, historias y modos que ahora parecen anticuados pero que respondían a la evolución de los acontecimientos, por cierto tan dramáticos, de las grandes guerras y los nuevos planteamientos.

Los modos sociales aún conservaban viejos residuos antañones que empezaban a mostrar sus convencionales rigideces cuyos últimos coletazos aún nos tocaron a algunos padecer. Nuestra ciudad y la Asturias de entonces aún estaban muy agarradas a las costumbres y las tradiciones populares de siempre por el consabido y cierto aislamiento de la región y los condicionamientos de la alterada geología regional. Oviedo mantenía su vitola de ciudad tranquila y sus modos y costumbres tradicionales como las tertulias de café.

Tiempos aún entonces de una ciudad proverbialmente dormida y clerical, pero sobre todo culta, bien novelada y siempre en trance de transformación. Seguro que el restrictivo tiempo que acabamos de vivir con la pandemia del virus preludiará el gran Oviedo del siglo XXI. Y no tanto para nosotros los veteranos de la centuria anterior, sino más bien para una juventud creadora que no necesite buscarse su futuro fuera de la ciudad. Un Oviedo de su tiempo que conserve a la vez su personalidad.

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