El edificio del Banco Herrero de Oviedo, situado en la convergencia de las calles Fruela y Principado, es sin duda un manifiesto de la arquitectura europea de principios del siglo XX, época en la que solo las grandes urbes como Viena y Madrid contaban con ejemplos similares.
Es en el año 1909 cuando el fundador del banco, Policarpo Herrero, le encarga la sede al prestigioso arquitecto asturiano Manuel del Busto, firmándose los planos en 1911. Veinte años más tarde, coincidiendo con la sucesión a la presidencia por parte de su hijo Ignacio Herrero, tiene lugar una ampliación conjunta con el arquitecto Jesús Álvarez Meana, intervención que le acaba de dar sentido a la obra y la eleva a la categoría de maestra.
Conceptualmente, el edificio está formado por oficinas en las plantas inferiores y viviendas en las superiores. Este hecho, junto con el tratamiento que se le da al patio interior o la composición de algunos de los elementos de su fachada, permite equiparar la obra con ciertos edificios del modernismo europeo de la época. Probablemente, el mayor parecido lo encontramos con el edificio de la Michaelerplatz de Viena, obra del gran arquitecto austriaco Adolf Loos. Este símbolo arquitectónico es considerado uno de los primeros edificios modernos de Europa y dispone también de usos mixtos tratados de forma totalmente independiente, además de un patio interior acristalado y de una estructura de grandes columnas que permite una mejor organización del espacio al prescindir de muros de carga.
Centrándonos en el patio interior del Banco Herrero, de hormigón armado y hierro, son tangibles las similitudes con los patios de otros edificios coetáneos de gran interés. Entre estos patios encontramos, además del perteneciente al ya citado edificio de Loos, el patio del palacio de Telecomunicaciones de Madrid (actual Ayuntamiento). En el interior del edificio modernista madrileño, obra del arquitecto Antonio Palacios, se integran las nuevas técnicas y espacios con el lenguaje clásico, algo que también se aprecia en la pieza ovetense. En ambos interiores destacan impresionantes vidrieras y escalinatas, así como el empleo de materiales nobles que revisten las modernas estructuras a modo de columnas clásicas, enriqueciendo los espacios interiores de varias alturas.
Exteriormente, el edificio está concebido de una manera más conservadora, debido a que se incluía como una pieza de expansión de la ciudad por aquel entonces. Se utiliza un esquema clásico, con un marcado zócalo inferior, un cuerpo de ondulantes ornamentos y ventanas y una terminación con unas mansardas que referencian nuevamente a las utilizadas por sus compañeros austriacos. Este esquema clásico, cargado, por otro lado, de gran dinamismo y potencia compositiva, era comúnmente empleado en edificios representativos europeos y estadounidenses, hecho que demuestra que Del Busto era conocedor de la arquitectura puntera de su tiempo. Al ser un edificio en esquina, se remata con una imponente cúpula de cobre, equilibrando el conjunto y advirtiendo de la importancia del mismo.
En su ornamentación encontramos un perfecto equilibrio entre sobriedad, eclecticismo y detalles naturalistas, fruto de aquellos tiempos de transición artística. Preciados mármoles y vidrios, así como un claro dominio de la forja metálica, ayudan a potenciar la magia de la obra.
Gracias a arquitectos como Manuel del Busto, cuyo interés por el arte les lleva a viajar y descubrir nuevas técnicas, podemos disfrutar hoy en día de esa arquitectura rompedora y vanguardista que enriquece nuestro entorno. Es gracias a su legado que un siglo más tarde nos siguen impresionando sus edificios, cuya presencia no pasa inadvertida, y que ya forman parte de la identidad de nuestras ciudades.
