L a primavera había llegado con más esplendor que nunca a París, los estudiantes comenzaban a sacar los adoquines del bulevar de Saint Michel para romper los escaparates y desde la espectacular cúpula de las galerías Lafayette te desconcertaban los versos en catalán del «La, la, la» del «Dúo Dinámico» cantados por Joan Manuel Serrat. Quien con dieciséis años acababa de llegar -por primera vez- a la ciudad de la luz después de dormir en Oyarzun el día del Aberri Eguna y observar estupefacto cómo los grises subían metralleta en mano a nuestro autobús escolar -allí iba también el gerente del 122 del Principado de Asturias, César Álvarez Avello- en busca de alguien que desconocíamos en nuestra juvenil ignorancia; quien la muerte en accidente de automóvil de Françoise Dorleac -la hermana de Catherine Deneuve- había colapsado durante horas la entrada a la capital de Francia; no podía por menos que extasiarse en todo lo que había en aquel mundo nuevo en el que hasta la televisión se veía en color en Pigalle. Eran los últimos días del mes de marzo de 1968 y empezaba la ardua lucha por lograr que la imaginación llegase al poder. Inútil tarea cuarenta años después.

De retorno a Asturias, Joan Manuel Serrat anunció que no cantaría el «La, la, la» en Eurovisión, si no podía hacerlo en catalán. El apagón informativo cayó como una losa sobre tan ejemplar cantautor y solamente pudo dar algunas explicaciones en el diario «SP». Fue el reportero Antonio D. Olano quien le entrevistó y Serrat trató de justificarse argumentando que él no podía traicionar a la gente que le quería, porque les decepcionaría. Aquel periódico fue el primero que se editaba en color y su director era el heterodoxo falangista Rodrigo Royo. Los editoriales se escribían en verso para que pudieran ser cantados y uno de sus autores era el diplomático asturiano Julián Ayesta. La publicación de aquella provocadora entrevista en las páginas centrales en cuatricromía con Serrat desencadenó la clausura definitiva del diario más moderno que había entonces en España. Rodrigo Royo tuvo que irse de su país, se ganó la vida de crupier en cruceros por el Mediterráneo y acabó -ya en democracia- como asesor en la Embajada de España en Bogotá, cuando su responsable era el diplomático avilesino Fernando Olivié y González-Pumariega. Rodrigo Royo hasta tocaba el violín de maravilla y recitaba clarividentes poemas contra Franco, Girón y la banca española que había financiado el Movimiento Nacional. Un tipo genial.

Tal parece que ahora no todo el mundo lo recuerda, pero la espantada de Serrat motivó que en Televisión Española tuviesen que buscar a alguien que aceptara sustituir a Serrat. Massiel daba una cierta imagen progresista -cantaba por entonces preciosas canciones reivindicativas del asturiano Manolo Díaz y también de Luis Eduardo Aute- por lo que ofrecía un perfil adecuado. La encontraron en México y como un volcán arrollador vestida de ranchera apareció la primera vez antes las cámaras de televisión aceptando el reto de ir a Eurovisión, en lugar de Serrat.

Toda la maquinaria del régimen se movilizó de forma espectacular para que fuese olvidada la pretensión del honrado Joan Manuel Serrat -él no elogiaba con canciones a Franco, claro- de interpretar unos versos en otra de las lenguas españolas: el catalán. Así se hicieron todo tipo de favores diplomáticos, comerciales y discográficos para que la Europa democrática se pusiese al lado de la dictadura franquista, aunque sólo fuese musicalmente hablando.

La consigna política estaba clara: Massiel tenía que ganar Eurovisión. Y así fue.