«Crónica de un engaño» será la peor película de este año -iba a escribir «de esta década», pero el periodismo exige un mínimo de contención-. A Antonio Banderas le corresponde una importante cuota de culpa. Para no pecar de subjetividad, hasta veinte críticos cinematográficos estadounidenses desperdiciaron su tiempo y su prosa analizando ese disparate. Sólo uno de ellos escapó a la unanimidad burlona y despectiva de sus colegas, perfectamente justificada. Buena parte de los sufridos especialistas se escandalizaban de que un reparto de alto nivel, con Liam Neeson, Laura Linney y Romola Garai, además del español, arruinara su prestigio con tamaña facilidad.

Discreparemos en el último punto. «Crónica de un engaño» es la película ideal para Banderas en su actual declive. Encarna a un «playboy» de poca monta que se reencuentra con el esposo de la mujer que ha seducido. Tenía más gracia Alfredo Landa requebrando a una sueca, y ha llegado el momento de teorizar sobre este desastre. A mi juicio tantas veces refrendado por la historia, el ascenso imparable de Javier Bardem y Penélope Cruz -sólo justificable en el cincuenta por ciento de las personas citadas- ha oscurecido al hispano de guardia en Hollywood. Si el destino no lo remedia, el tibio actor malagueño puede verse reducido a la condición de esposo de Melanie Griffith.

«Crónica de un engaño» define el rumbo actual de Banderas, salvo que el engañado es él. La humillación ante los latinos emergentes llega al extremo de que Bardem interpreta al andaluz en «Vicky Cristina Barcelona», o lo sustituye en el romance de la última Julia Roberts. De la película que ha llegado a España con dos años de retraso sobre su estreno -y con cuarenta años de adelanto sobre la fecha que merece- se extrae una sola conclusión, Banderas parece un alfeñique frente al corpachón de Liam Neeson.

Por importantes que sean sus desatinos profesionales, Banderas despierta un consenso de simpatía, y ha recaído en brazos de Almodóvar para liberarse de la sobredosis de tics que lo han convertido en una versión acelerada de Richard Gere. Si no endereza su carrera, Hollywood se olvidará de haberlo olvidado. Alcanzará, así, la fase en que los actores ya son sólo tolerables en «¡Hola!». Allí puedes despacharlos en unos segundos, notable ahorro frente a sus interpretaciones.