Paradójicamente, el aroma literario de los últimos días de algunos escritores (y no su obra) puede ofrecer material jugoso a cualquier guionista. Además, si su desaparición se produjo en tiempos tumultuosos (Neruda y el golpe de Estado de Pinochet; Lorca y la guerra civil española), las posibilidades de ficcionalizar estas muertes (con las necesarias licencias) se multiplican. Algo así sucede con «La última estación», que se encarga de trasladar a celuloide la novela del mismo título de Jay Parini. La película cuenta la vejez y el fallecimiento de Tolstoi con la intención de sumergirse en una época esencial de la historia rusa, justo durante el cultivo ideológico previo a la revolución de 1917. Poco a poco, descubrimos que no pretende el filme más que dar una pincelada del filósofo-creador. Utilizando de pretexto todos los «ismos» de su biografía (izquierdismo, pacifismo, vegetarianismo, catolicismo), el director y guionista Michael Hoffman se adentra en la relación del escritor con su familia y las disputas, en desenlace de su vida, entre ésta y los seguidores de su política, los tolstoianos.

«La antigua estación» abandona, por tanto, la macrovisión crítica de una Rusia que comenzaba a ebullir y afianza su carácter dramatúrgico de conflictos y enredos. Desarrollado en la casa de Tolstoi cerca de Tula, la cinta arrastra un problema común a este tipo de producciones: su premisa central aparenta siempre haber sido ensartada a posteriori. La figura (a aquello que los promocionales dan una importancia vital: el epílogo de la existencia de Tolstoi, en este caso) resulta ser el fondo (no se escarba lo suficiente en el personaje y se le deja, a medida que avanza, en un arquetipo aséptico de viejo sabio); y el fondo (una historia de amor protagonizada por James McAvoy como secretario del escritor) resulta ser la figura y dominar el metraje. No se intenta rebajar los logros interpretativos (especialmente, Helen Mirren y Christopher Plummer), pero «La última estación» se queda en un esbozo que lleva a la indiferencia. Es muy posible que ocurra eso cuando escoges el camino fácil (sus tramas teatrales) y desechas recorrer el tortuoso, pre-bélico, inquietante escenario ruso del que desertó Tolstoi en una estación de tren.