Tras cuatro días de intenso montaje, el gran árbol de la sidra se alzó ayer en toda su plenitud sobre el puerto deportivo de Gijón, y permanecerá plantado a los pies del Cantábrico durante toda la Fiesta de la Sidra. «Esta obra tiene una función pedagógica, de concienciar a la gente. Representa, en principio, el consumo de vidrio aproximado de cien familias. Su función sería un poco la de inculcar el reciclado entre la gente», explicó Bernat Hernández, y el resto de arquitectos encargados de su diseño. Tras ganar el concurso público convocado por Emulsa en mayo de este año, Hernández y el resto de arquitectos del estudio «Labaula arquitectos» se pusieron manos a la obra para diseñar un monumento que ya roba fotos turísticas a las populares «Letronas» de Gijón.

3.200 botellas, 7.500 kilos de peso (equivalentes a unas quince vacas) y ocho módulos de acero galvanizado. El gran árbol de la sidra fue bautizado como «Módulo Sícera», ganando así a otras alternativas más típicas como hubiera sido «el arbolón». «Lo de "módulo" viene porque es una estructura repetitiva, y lo de "sicera" porque significa sidra en latín», comentó Hernández. La obra tenía que tener estructura cónica, y cuando el equipo de arquitectos catalán comenzó a pensar la idea, creyó conveniente ir un poco más allá. «No queríamos darle una forma perfecta de cono porque se parecía demasiado a un pino, algo así como un abeto de Navidad. La gracia era hacer un árbol de la sidra, y se nos ocurrió poner los ovoides de una manera poco formalista para que tuviera un carácter más festivo», comentó Hernández.

Otro punto interesante que hizo de su propuesta la ganadora fue el hecho de colocar las botellas de sidra del revés porque «así es como se colocan para escanciar», comentaba Toni Pidemunt. Este catalán forma parte de la empresa Pidemunt, que colaboró con los arquitectos en la realización de la obra. Encargado de los cálculos más técnicos, Pidemunt confesó que «lo más complicado fue hacer la base de hormigón porque tenía que adaptarse al terreno». Cuando el equipo se enteró de que la obra se situaría cerca del mar, tuvieron también que decantarse por fijarla al suelo. «¡Otro problema fue beberse y vaciar todas las botellas que nos cedieron las nueve casas de sidra!», bromeaba Pidemunt.

La magia de esta obra efímera, -la idea es que el árbol se guarde y se vuelva a sacar para posteriores ocasiones- se despliega por la noche, cuando una gran farola alojada en su interior proyecta luz sobre los verdes cristales. «La idea me parece muy original. No sé si servirá para concienciar sobre el medio ambiente, pero en principio debería. Yo reciclo, pero es una pena que en las casas no haya mucho espacio para hacerlo, y que en Gijón no haya muchos contenedores», comentaba ayer el gijonés Javier Oset, de 55 años. Por su parte, la cordobesa Gema Azahara, de 29 años, aprovechaba para sacarse una foto con el árbol y tener otro peculiar recuerdo de la ciudad. «Lo vimos desde el otro extremo del paseo, y vinimos corriendo porque nos llamó mucho la atención», sentenció Azahara.