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La "Iglesiona" que protege el Cantábrico

La cueva que penetra 80 metros bajo el faro de Vidio, una de las maravillas de la costa asturiana

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La Iglesiona que protege el Cantábrico

En Asturias existen los rincones mágicos, la mayoría ocultos, sin llamar mucho la atención a simple vista, como queriendo esconderse de los ojos de la civilización. Para encontrarlos, solo hay que buscar con paciencia y rodearse de la gente que los conoce. En Oviñana, pueden presumir de tener uno de esos lugares singulares del mundo: la imponente "Iglesiona", una inmensa cueva marina que duerme a los pies de cabo Vidio, únicamente bendecida por las aguas bravas del Cantábrico.

Para adentrarse en sus secretos, LA NUEVA ESPAÑA realiza una excursión, que, partiendo desde Oviñana, en el concejo de Cudillero, recorre los principales miradores y salientes próximos al faro de Cabo Vidio para acabar descendiendo, con todos los obstáculos que acompañan a la ruta, hasta la cueva conocida como la "Iglesiona" y disfrutar de un paraje de cavernas marinas probablemente único en el panorama del Principado. Alfonso Ruisánchez, un enamorado de todos los entresijos de esta oquedad, que potencia estas salidas a través de la empresa de turismo Mochiland, hace de guía para la docena de viajeros que realizan la expedición. No hay persona en el concejo que sepa más de la "Iglesiona" y de Oviñana que Ruisanchez. "Nací en esta tierra y moriré en ella".

La aventura comienza a primera hora de la tarde en el centro de Oviñana. La lluvia, acompañante fija en esta última semana de agosto en Asturias, amenaza con estropear la partida a los excursionistas, pero finalmente se esfuma, dejando paso a un día grisáceo perfecto para esta ruta. "Tenemos el dios de la Iglesiona de cara", celebra Ruisánchez, ateo, pero fiel de esta capilla marina natural. Caminando ligero, los excursionistas llegan al primero de los once miradores que visitarán antes de llegar a Cabo Vidio, en la zona del Gayo. La vista desde el saliente, como casi desde cualquier punto de la zona costera de Oviñana, es inigualable. Mirando hacia el oeste, se otean las playas de Cueva y Sablón. Pero sin duda, lo que más llama la atención es lo abrupto de la costa visto desde las alturas, un paisaje de rocas y acantilados forjado a fuego en las entrañas del occidente.

La excursión continúa campo a través y los excursionistas llegan a otra de las terrazas naturales más impresionantes de la zona, llamada "El Banquín del Canto". Desde ahí ya se divisa perfectamente el faro de Cabo Vidio y debajo, las cuevas marinas, hasta donde tendrán que descender los excursionistas para adentrarse en la Iglesiona. Sin duda penetrar en la capilla marina es lo más impresionante de la aventura, pero poco tiene que envidiar la Iglesiona a los miradores costeros de Oviñana, "Los Picos de Europa de la costa asturiana", según el guía de la marcha.

Los excursionistas llegan por fin a Cabo Vidio, ansiosos de comenzar el descenso hacia las entrañas de la gruta. Ruisánchez, escalera metálica en mano en la ladera, formando una escena que podría rodar el mismísimo Berlanga, explica a los aventureros cómo evitar los peligros de la bajada. Arriesgada pero viable, si se hace caso a los consejos del guía. Muchos turistas que visitan el faro se asombran al ver una fila de caminantes liderados por un guía escalera en ristre. Después de utilizar el montante para una bajada pronunciada, la expedición llega una de las entradas mágicas de la Iglesiona,. La puerta marina, una zona estrecha en la que a lo ancho no cabe más de una persona, es la más pequeña de los cuatro accesos que tiene la capilla costera.

Los excursionistas se descalzan para penetrar por el umbral, rodeado de varios pozos y totalmente oscuro al inicio. La expedición, Ruisánchez a la cabeza, por fin pone los pies en su destino final. El guía, hostelero de profesión y colaborador de la empresa de turismo que organiza la bajada, no obtiene rédito económico de las visitas, muestra la Iglesiona -que penetra 80 metros bajo tierra- por amor al arte. Pero sí exige un cobro a los excursionistas: Ruisánchéz les pide que en el momento que pasen la entrada y contemplen la parroquia marina en plenitud, se paren en seco unos momentos ante él; las cara de asombro y perplejidad de los visitantes será todo el cobro que el guía se lleve a casa, suficiente para él. Y Ruisánchez no mentía, una vez en el interior, los excursionistas se suben a una roca, "la Piedra Filosofal", y es en ese momento cuando se admira toda la magnitud de la Iglesiona. De la base a la cúpula, hay 40 metros que se hacen inmensos.

Parece increíble que la naturaleza haya construido algo tan perfecto. Los rostros de los excursionistas mientras lo dicen todo, Ruisánchez ha hecho bien en pedirles ese gesto como pago del viaje. Con el asombro en el cuerpo, se sientan para seguir disfrutando. Cierran los ojos y vacían sus mentes. El sonido de las olas y el eco de la cueva hace que los viajeros se encuentren solos en la tierra.

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