Juan Goytisolo pintó en «Campos de Níjar» un truculento retrato de la comarca del Cabo de Gata de hace medio siglo, lleno de miseria y desesperación. Aquel aparente libro de viajes, en realidad descarada novela social, dice muy poco de lo que es hoy el Parque Natural del Cabo de Gata, una isla de tranquilidad mantenida contra viento y marea en medio de la sobreabundancia turística del sur español. Este espíritu conservacionista es el que ha evitado que esta franja mediterránea sufra los excesos de, por poner un ejemplo, su vecina Mojácar, y ello a pesar de atentados como El Algarrobico, el famoso hotel en primera línea de playa de Carboneras, que arrastra una enconada historia judicial.

El «hippismo» le dio a la comarca esa pátina alternativa que aún puede encontrarse en Cala San Pedro, antaño refugio de piratas (contaba con la única fuente de agua dulce de esa costa) y hoy convertida en una comuna que se defiende celosamente del turismo, ayudada por las relativas dificultades de acceso -sólo puede llegarse a pie o pagando a algún lanchero en Las Negras.

Si el viento lo permite, las playas del parque son una experiencia inolvidable, que engancha. Los Genoveses, llamada así por haber servido de fondeadero a una invasión de ese pueblo en el siglo XIV, podría ser perfectamente una playa del norte de África, con sus palmeras y rocas peladas. Lo mismo ocurre con El Playazo, dominada por la batería de San Ramón, desde la que pueden admirarse acantilados impresionantes. Puede hacerse nudismo en la mayor parte de ellas. Y están las calas, a la mayoría de las cuales sólo puede accederse tras un largo paseo: La Polacra, Cala Higuera, Los Toros, Cala Carbón... Cabo de Gata es un paraíso para el «esnórquel», con una gran riqueza marina, incluidas las molestas medusas.

También hay un Cabo de Gata interior. Desde Rodalquilar, un viejo poblado minero que acoge un festival musical en verano, se accede por caminos de grava al Cortijo del Fraile, donde tuvo lugar la verdadera tragedia que recogería luego Federico García Lorca en sus «Bodas de sangre», y que más tarde serviría de escenario de «spaghetti western». El conjunto amenaza ruina, pero hay un colectivo que quiere salvarlo.

En San José, el mayor núcleo del parque natural, puede comerse buen pescado en el restaurante del puerto deportivo. También en la Isleta del Moro, con el fondo de las barquitas de pescadores y el azul turquesa del mar.