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El arqueólogo, en plena búsqueda. | LucasFilm

Indy, contra los nazis y la nostalgia

La nostalgia es mala compañera para ir a un estreno. Que se lo digan si no a los fans de "Star Wars". En la comparación entre lo viejo y su continuación, reedición o revisión siempre perderá lo nuevo. Sobre todo si el material de partida se sitúa en ese período pretendidamente mágico entre mediados de los setenta y mediados de los noventa, veinte años de auge del cine popular y un período especialmente fértil en la creación de iconos cinematográficos. Pasó con la citada "Guerra de las Galaxias" en sus múltiples derivadas, pasó con "Parque Jurásico" y la nueva trilogía, con "Blade Runner" y su (por otra parte estimable) segunda parte y, por supuesto, pasó cono "Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal". Solo un visionario como George Miller logró escapar de esta tendencia con su abrumadora "Mad Max: Fury Road", incontestable obra maestra y una de las experiencias cinematográficas más intensas y poderosas de lo que va de siglo.

"Indiana Jones y el dial del destino" no alcanza esas cotas ni propone la revolución que ejecutó Miller, descabalgando al protagonista original para abrazar un renacimiento total de la saga. No es, a día de hoy, una opción viable: la identificación entre Harrison Ford y el mítico arqueólogo es demasiado intensa. El camino que toma el filme es otro: el de plantear un cierre digno de la saga y respetuoso con su legado, restañando las heridas de su fallida cuarta entrega sin renegar de ella y recuperando el aroma de las tres primeras entregas. Y eso lo logra plenamente.

Ford con Phoebe Waller-Bridge.

James Mangold, el cineasta que toma el testigo de Steven Spielberg en la dirección, es consciente del peso iconográfico del personaje dentro de la historia del cine, y evita cometer el error de recrearse en un imaginario que devoró, literalmente, "Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal". Su aproximación es cauta al inicio, con un prólogo ambientado en 1944 en el que un Ford rejuvenecido por obra y gracia del CGI trata de arrebatar la lanza de Longino a los nazis. La factura, en este caso, es impecable, sin pecar en excesos digitales ni errar al traducir los movimientos del octogenario intérprete a su rejuvenecido "yo" (algo que lastró, sin ir más lejos, una operación similar con Robert De Niro en "The Irishman").

Ford, rejuvenecido con CGI.

Esa introducción, en puridad una lograda microaventura más del arqueólogo, sitúa el filme en las coordenadas correctas, y permite a Mangold abordar, desde ese pie, su retrato crepuscular del héroe, un terreno que no le es para nada ajeno tras experiencias tan gratificantes como "Cop Land" o "Logan". Su Indiana Jones es un hombre abatido y que afronta una jubilación solitaria tras haber perdido a todos sus seres queridos (o eso cree) y también su ímpetu. En sus clases, aquellas que en otro tiempo estaban llenas de jovencitas enamoradas, los alumnos se duermen. Es 1969 y los exploradores ya no hollan la tierra, sino que viajan al espacio. Pero la llamada de la aventura reclamará a Indy una vez más, de nuevo enfrentado a una carrera contrarreloj para hacerse con un artefacto legendario con poderes místicos antes que los nazis. Casi nada.

Boyd Holbrook

¿Es "Indiana Jones y el dial del destino" mejor que las tres primeras entregas? No, ni lo pretende. Hay cotas que son imposibles de alcanzar, y comparaciones que se perderán siempre. Pero es una estupenda película de aventuras de vocación pulp, con sus persecuciones, sus misterios y sus pérfidos villanos que quieren conquistar el mundo. Tiene ritmo, humor y una trama bien hilada pero que no estorba al desarrollo de la acción. Y además, tiene a Indiana Jones, al que regala un final de una ternura infinita. Y eso, señores, no es ningún handicap.

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