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La pandemia en salud mental que nunca llegó

Más que provocar trastornos psíquicos, el coronavirus sirve para que las personas rehúyan su propia responsabilidad y tengan una diana sobre la que proyectar sus malestares y frustraciones

La pandemia de covid-19 ha impactado y sigue haciéndolo en la salud mental de los españoles. Así lo demuestra el primer estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre “efectos y consecuencias del coronavirus”, del cual se desprende que un 7,3 por ciento de los españoles ha tenido que recurrir a ayuda profesional, siendo el profesional de la psicología el más demandado por más de la mitad de la muestra. Sin embargo, el mismo informe arroja un dato no menos importante: En los doce meses anteriores al período de pandemia, antes de marzo de 2020, la tasa de población que había solicitado ayuda fue de un 8,6 por ciento, y de ellos un 63,8 por ciento acudieron a un psicólogo.

Desde la primera ola hemos sido instigados a pensar en el alarmante y progresivo aumento del número de personas que acudían a los servicios de salud mental. Parecía que hubiese un empeoramiento de la salud mental que cristalizaría en una pandemia de carácter emocional. Una situación apocalíptica se vislumbraba en el horizonte. La llegada del verano amainó la supuesta “crisis”. Sin embargo, en el momento actual asistimos de nuevo a la llamada “segunda ola” en términos de salud mental.

Titulares periodísticos impactantes, producción científica imparable, entrevistas televisadas de pacientes sufridores de la nueva ola, profesionales de la psicología y la psiquiatría mostrando un sistema saturado ya con anterioridad. La pandemia psicológica se vuelve a hacer notar.

Sin embargo, a lo largo de estos difíciles meses hemos podido comprobar que las personas con antecedentes psiquiátricos no son precisamente las más afectadas, más allá de la situación de desasistencia por parte de los servicios de salud mental afectados por fallos estructurales. Desde la práctica clínica diaria no parece que las demandas relacionadas con el covid-19 hayan ido en aumento.

Un estudio realizado por los autores de este artículo en una clínica privada de Oviedo con una amplia muestra de pacientes ofrece los siguientes datos. Durante la llamada “primera ola”, acontecida en abril de 2020, los síntomas ansiosos y depresivos en una muestra de 250 sujetos arrojó resultados muy poco preocupantes. Pero, además, una segunda medición efectuada en el mes en curso, ofrece un resultado esperanzador. Si bien es cierto que los sujetos entrevistados manifiestan haber sufrido un aumento de sus preocupaciones de cara al futuro, inquietud, mayores síntomas emocionales y somáticos, no supone en ningún caso un incremento dramático medido en términos de sintomatología ansiosa y depresiva. Se trata de una respuesta normal, adaptativa y necesaria en los tiempos que nos está tocando vivir.

¿Existe una posible explicación al fenómeno de la pandemia en salud mental?

Sentimientos como el miedo, la inseguridad, el malestar o el enfado deben ser conceptualizados como normales. Las emociones son lícitas, naturales; no son negativas, son necesarias. ¡Qué duda cabe de que solo el miedo nos hará protegernos más!

Sin embargo, transmitir que todo aquello que sentimos es lícito y “normal” supone una validación de las emociones del otro que lleva implícita una cara oscura. Si cada sentimiento sufrido por un ser humano se encuentra validado de forma inmediata como propio de la situación, resulta mucho más sencillo encontrar al culpable del mismo: la pandemia.

Pareciese que el equilibrio interior se produjese a través de encontrar un culpable común. Este mecanismo de defensa arrasa allá por donde pasa. Ya no es solo propio del paciente, sino que es de dominio público. La pandemia es la culpable de todo nuestro malestar: mi irritabilidad, mi desánimo, mi ansiedad, las pesadillas de mis niños y su mal humor, el aumento del consumo de alcohol... Todo tiene un claro responsable: el coronavirus.

Sobre el covid proyectamos nuestros malestares y frustraciones, calmando así nuestros síntomas. Atribuimos al virus algo que nos ha venido impuesto y sobre lo que tenemos escaso o nulo control, la culpa de nuestro malestar. De esta forma, “escurrimos el bulto” de nuestras emociones. Si el problema es el “bicho”, la ansiada vacuna terminará con nuestros malestares. Saldremos más fuertes y mejores porque el culpable será abatido y derrotado.

Esta es la forma a través de la cual se nos trasmite la información desde diferentes instituciones gubernamentales, educativas y de manejo de la información, que, por cierto, cada día cuenta con más adeptos. Incluso dentro de la propia salud mental, el síntoma y su responsable directo, el covid, rodean el encuentro terapéutico. Ya no hay tiempo para acompañar al paciente. Ya no hay tiempo para la escucha. Ya no hay tiempo para la reflexión. Terapias de corte breve que dirigen al paciente, terapias que ya no instigan a la reflexión, consejos rápidos y pautas de actuación: “Los cinco pasos para afrontar el covid”, rezan algunas propuestas de corte psicológico. Quizás si fuesen más de cinco no las leeríamos.

La responsabilidad y la autorreflexión no están de moda. Si me siento mal, tiene que haber una causa externa. Nada en mí es susceptible de ser revisado. Si me siento mal soy digno de ser atendido. El sufriente es independiente del sujeto que lo sufre. Éste es desresponsabilizado de su malestar. “Las cosas son como yo las siento”. Ahí tenemos un individuo cortoplacista que busca un objetivo sin prestar atención al proceso.

Se vaticinó una crisis en términos de salud mental generalizada. Sin embargo, la preocupación, la inquietud, el desánimo y el miedo al futuro son más que comprensibles dado el contexto actual en el que vivimos.

Es importante atrevernos a desafiar la idea de que se avecinará una pandemia de trastornos de salud mental, como rezan los titulares de corte dramático, simples comunicadores de una información distorsionada. Salvo cuestiones obvias, como la exposición directa al virus y a la muerte de nuestros sanitarios, una disminución importante de ingresos económicos o pérdidas familiares significativas, el malestar psicológico ha de ser equilibrado dentro de cada uno de nosotros. Hemos de aprender a ser observadores de nuestro mundo interno. Lo que no vemos de nosotros mismos no podemos cambiarlo.

Hoy las preguntas destinadas a la exploración del mundo interno, diálogos encaminados a la reflexión personal, son preguntas molestas. No se toleran. No se soportan. El sujeto se siente gravemente insultado si es señalado a pensar sobre sí mismo.

La reflexión no está de moda. Hoy habrá un enemigo común que se llama covid. Mañana nos dirán que el enemigo a batir es otro u otros. Y nunca vamos a estar preparados para saber nada acerca de nosotros mismos, no vamos a poder reaccionar a un sentir común dirigido e irreflexivo.

Si los profesionales de la salud mental nos “subimos al carro” de la medición superficial del síntoma, si solo estamos entrenados para ver la ansiedad y la depresión, si solo medimos cuantitativamente el malestar y, aún peor, si participamos junto con el paciente en buscar a ese enemigo común, sepa usted que desde ese lugar llamado salud mental también se le está infantilizando y alejando de la capacidad introspectiva que le capacitará para desenvolverse por usted mismo en el mundo.

La reflexión sobre los aspectos de nuestra estructura de personalidad no es un proceso rápido, no es simple; se trata de una construcción sin fecha de caducidad, una narrativa sobre la que se reescribe continuamente. La construcción de nuestros significados tiene historia y organiza el futuro. Es sus manos está la decisión sobre su propio futuro y su salud mental. No lo olvide.

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