La capilla ardiente acogió a familiares y allegados en un ambiente tan íntimo como multitudinario, en el que los muros de la parroquia resguardaron a la familia hundida mientras gran cantidad de personas procesionaba hacia el interior. Los pésames fueron breves e intensos, ya que el dolor de los padres y los dos hermanos acogía el calor de su gente pero imposibilitaba un aforo constante, tal como comunicaron las hermanas. “Están destrozados”, coincidían los asistentes: “Ni siquiera tienen fuerzas para pedir justicia”.
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