Hace un año éramos felices y no lo sabíamos. En febrero del 2020 algunos nos dijeron lo rápido que se extendería un virus como el Wuhan. Funcionarios como el jefe de riesgos de la Policía en enero advirtió de lo que se venía encima pero le cesaron por alarmista. La versión oficial es que aquí llegarían casos aislados hasta pocos días después de las grandes aglomeraciones se impuso el confinamiento. Sin apenas industria médica y a falta de previsión para aprovisionarse fuera, hizo que los sanitarios nos atendieran hasta con batas hechas de bolsas basura. La compra de material se centralizó en un ministerio de sanidad que llevaba 20 años sin hacerlas. No había respiradores para todos. Así que con los hospitales saturados la consigna era no restringir al máximo la llegada de enfermos como le recomendaron desde el teléfono Covid a Antonio González. Dos de cada tres muertos han sido mayores de 80 años. Las residencias se convirtieron en una encerrona, 30.000 muertos fallecieron en ellas. Llevamos 72.000 muertos oficiales por COVID-19 pero es que ni esto lo hemos sabido contar. Ya que tanto el Instituto Nacional de Estadista y Carlos III consideran que hubo 20.000. Hace meses que los científicos piden sin éxito una comisión independiente para analizar por qué fallamos.