Fama y desgracia
En general, la mayoría de la población se interesa por las celebridades, concediéndoles un plus de curiosidad y una predisposición favorable. Esto, qué duda cabe, aporta algunas ventajas al personaje conocido. A nadie le viene mal que le faciliten una mesa en un restaurante o un reservado en una discoteca, un procedimiento abreviado para las conquistas, regalos promocionales o miles de euros por un reportaje banal. Sin embargo, es probable que esa misma notoriedad pública tenga su contrapartida: la dificultad para establecer relaciones genuinas con la gente. Esas relaciones normales de las que no somos conscientes, pero que tanto aportan a nuestro bienestar: una compañía desinteresada, unas risas sinceras, una recriminación oportuna...
Por otra parte, la fama también afecta a la relación del sujeto con su propio ego. Dice un proverbio japonés que “Nada debilita tanto al samurái como los honores”. Pues bien, a nuestros futbolistas, cantantes, actores, influencers y famosos rosa, los halagos continuos también les hacen mella. Afectan a su autopercepción y les alejan de la realidad, con la tentación de verse magnificados a sí mismos y disminuidos a los demás, lo cual los coloca en riesgo de cometer errores dramáticos. La egolatría puede incitarles al desprecio de los otros, en realidad esa parte tan importante de nosotros mismos, que nos dan medida, equilibrio y sentido. Incluso, cegados por su propia aureola, podrían ceder a la tentación de servirse y abusar de ellos a su antojo. Todos conocemos trágicos finales de personas con algún talento excepcional, tras procesos de autodestrucción y daño a las personas de su entorno.
Por si esto fuera poco, nuestro mundo líquido ofrece a la frivolidad y el exhibicionismo un terreno de juego ideal que los alimenta y los expande: las redes sociales. Instagram, Tik Tok, etc. son campo abonado para el cultivo de la vanidad y la inconsistencia. La obsesión por una marca personal atractiva y por el éxito a toda costa hace que en el escaparate de Internet se mienta permanentemente. Mal está que se engañe a los que dan los likes, pero lo peor es el tiempo perdido en simular una vida maravillosa plena de placer y buen rollo, en lugar de emplearlo en afrontar los desafíos y frustaciones que a todos se nos presentan. Inmadurez, irresponsabilidad, vulnerabilidad extrema, depresión son la otra cara, la real, de unas redes sociales tomadas por el narcisismo y el felicismo.
Les deseo a nuestros famosos, como a todos, una vida plena. Ojalá que basada en el respeto a sí mismos y a los demás. Si no, no les arriendo la ganancia.
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