Triste deterioro

Luis Rivaya

Luis Rivaya

Empiezo a tener algún que otro lector que me confiesa esperar cada domingo con cierta impaciencia la publicación de esta mi humilde opinión gestada desde un bello rincón en la Ría de Villaviciosa. Mis escritos suelen tener como base el concejo en el que resido que está integrado en la denominada Comarca de la Sidra. Pero ello lógicamente, no quiere decir que no afronte otros asuntos que, por relevancia o temporalidad, puedan encajar perfectamente en mi artículo semanal aunque sea saliendo de mi territorio habitual.

Hoy quiero darles a conocer mi punto de vista sobre algo que me sobresaltó hace dos noches mientras dormía. No se trató de ninguna pesadilla traumática ni nada parecido. No fue ni susto ni muerte. Casi siempre sueño en technicolor aunque a veces también lo hago estilo Humphrey Bogart u Orson Welles (en blanco y negro).

En este día voy a intentar transmitirles mi sensación interior pues he ido comprobando con el paso del tiempo -incluso durmiendo y soñando- el triste y galopante deterioro que a todos los niveles muestra nuestra sociedad.

Con el corazón en la mano les digo que ni soy (ni lo seré), “más papista que el papa” y que nunca trataré de imponer nada porque nunca lo he hecho y sé positivamente que tampoco nunca lo voy a hacer. Simplemente, quiero mostrarles el espejo de mi alma. Un espejo que en muchas ocasiones tengo la sensación de que está hecho añicos con los vaivenes que nuestra vida soporta diariamente.

“Es increíble lo que ha cambiado todo…”, “A dónde vamos a llegar…” o “Si esto sigue así seguro que nos extinguimos…” etc., son frases que escucho con cierta frecuencia. La última muy propia de las redes sociales.

Soy un “abu” de ocho niet@s divin@s que nació a mediados del siglo pasado recibiendo una educación cristiana. Por aquél entonces España era un país confesionalmente católico y lógicamente me tocó estudiar Religión en colegios de curas así como otras asignaturas llamadas “marías” como Urbanidad, Gimnasia y F.E.N. (Formación del Espíritu Nacional), qué más adelante cambió de nombre y pasó a llamarse ni más ni menos que…“Política” con la que llegué a ser delegado de clase en el Colegio San Agustín de Madrid sin proponérmelo.

Eran tiempos en los que la familia se consideraba como “la primera célula de la sociedad”. Teníamos que ser buenos, obedientes y cristianos (no Ronaldos). Teníamos que estudiar con el fin de “ser hombres de provecho para el día de mañana”... Y teníamos que obedecer a nuestros padres y profesores, sin olvidar mantener el respeto con todas las personas (y muchas más cosas).

Hablo por mí y en nombre propio. Pero confieso que a medida que fui creciendo descubrí que muchos otros no habían tenido la misma suerte que yo al no haber nacido “en el seno de una familia media” como la mía en la que -sin lujos de ningún tipo- tampoco nunca nos faltó de nada.

Conocí y tuve amigos de mi misma edad que tenían que trabajar para ayudar en casa. Amigos que apenas sabían leer y escribir ya que sus padres no podían pagarles estudios ni hacerles regalos por Reyes o en sus cumpleaños. Existía otro mundo que para mí, hasta ese momento, era desconocido.

Ni con ocho años en León ni con doce en Madrid y seguramente hasta llegar a la Facultad ni con dieciocho… no les engaño si les digo que jamás se me pasó por la cabeza que el Jefe del Estado (casado con una ovetense en la misma basílica de San Juan el Real en la que me bautizaron a mí), fuese un “dictador” que era una palabra que nunca escuché a nadie, al menos, en lugares públicos.

Tengo el recuerdo de niño de ver repletas de público las dos aceras de la calle Ordoño II de la capital leonesa, aplaudiendo y vitoreando al general Franco en su Rolls Royce descapotable en dirección a la Plaza de Santo Domingo… Y también -y ya con más años- una escena similar en la Plaza de Oriente de Madrid cuando fui a recibir a unos amigos de Ceceda que habían viajado toda la noche desde Asturias en autobús para asistir a un 1º de octubre…

Tuve que esperar un tiempo para conocer y saber cómo era aquél régimen de los años setenta hasta verme obligado a correr delante de los “grises”, de la policía sin haber hecho nada salvo haber asistido a clase de Derecho Penal con el profesor D. José María Rodríguez Devesa, fallecido en 1987 y del que guardo muy buen recuerdo.

También en aquellos tiempos (y ya han pasado la friolera de cincuenta años),  la familia española era efectivamente un auténtico nexo de unión aunque sin llegar a los niveles de la “Cosa Nostra” siciliana. Mis tres hermanas y yo éramos felices cuando veíamos a los abuelos o nos reuníamos con tíos y primos… Cuando veraneábamos en casa de los abuelos asturianos o en Navacerrada (Madrid), con la abuela Juana y las hermanas de mi madre…

Viviendo en Madrid nos reuníamos en fiestas de cumpleaños y en Nochebuena. Toda la familia. El único hermano de mi madre (el otro fue fusilado con 17 años en la maldita guerra civil), se había convertido en un empresario de éxito y en su enorme piso de la calle Velázquez o en su chalet de la ‘Cuesta de las Perdices’ (cuando apenas había media docena), teníamos cabida cuarenta personas. Solo primos ya éramos veinticuatro.

Y como bien saben todo cambió a partir de la Constitución Española de 1978. Se respiraban nuevos aires de libertad (en principio “sin ira”), algo que ansiaban muchas personas. Y tal vez lo que sirvió de apertura y mejora para tantos y tantos ciudadanos, significó -sin darnos cuenta- el comienzo de un triste deterioro en otras muchas otras cosas que formaban parte esencial de nuestras vidas.

Llegaron la democracia, las comunidades autónomas y las libres elecciones. Los nuevos presidentes de gobierno, el intento de golpe de estado y los terribles atentados de ETA… Por llegar llegó hasta “el destape”. El mundo cambiaba a pasos agigantados y la tecnología de vanguardia se imponía. Del blanco y negro, por fin, nuestra televisión UHF conocía el color y la iglesia católica perdía no solo vocaciones sacerdotales. También muchos feligreses.

Y como estos ejemplos, muchísimos más. Todo empezó a ser distinto teniendo en la actualidad la sensación de que hoy el mundo gira mucho más deprisa que cuando vine al mundo. Ya no valoramos ni tenemos tiempo para disfrutar de logros, conquistas, juguetes o regalos que, en muchos casos, casi no valoramos. No sabemos ser fieles ni mantener creencias. Por no quedar ya no quedan ni personajes de siempre como era “el tonto del pueblo”.

El deterioro se palpa en la sociedad. En una especie de mosqueo generalizado existente entre unos y otros. Lo vemos a diario en los que mandan, en nuestros representantes elegidos por todos, en los partidos políticos… Deterioro en lo social, en la realidad cotidiana, en las promesas incumplidas, en hacernos todos cada día “un poco peores”, más mentirosos (algunos muy cínicos), y “en ir cada uno a su bola” salga el sol por donde salga.

Todo ello repercute en el ser humano. Casi nadie dice la verdad o te dicen algo que tú lo crees cuando en realidad y en su interior, están pensando todo lo contrario. Vivimos en un mundo de charlatanes de feria y “todos nos seguimos encogiendo de hombros” como decía un muy buen amigo político -ya fallecido- desgraciadamente.

Insisto: Esto nos lleva a un deterioro no solo social puesto que también erosiona a la familia. A nuestras familias. La frialdad o brecha existente entre padres e hijos, entre hermanos, primos y demás es cada día más grande y hay ejemplos a diario por todas partes. Desde bebés abandonados en contenedores hasta menores de edad acabando con la vida de su madre como ha sucedido hace dos días. Desde las rupturas y separaciones traumáticas de parejas y matrimonios hasta familias con todos sus miembros en paro.

Ya no escribimos cartas y casi no hablamos entre nosotros. No conocemos a los hijos de nuestros sobrinos y hace años que no sabemos nada de nuestros primos con los que jugábamos en cumpleaños y navidad. En mi caso y lo confieso, hay muchos miembros de mi familia que no sé ni dónde viven cuando, paradójicamente, tengo amig@s de hace cincuenta años con los que estoy en contacto casi a diario a través de un chat de whatsapp. Me dicen que no sea pesimista y que los tiempos han cambiado mucho. Que hoy va todo mucho más deprisa y la gente pasa de todo.

Yo no he “pasao” ni he sido ni seré pasota en mi vida. Ni tampoco estoy anclado en ningún pasado. Pero con total sinceridad les digo que me gustaba más la vida de antaño cuando esperabas una carta de tu novia (Correos terminará desapareciendo en cuanto los Reyes Magos se retiren), o cuando ‘acongojado’ la llamabas a su casa temblando por si era su padre el que cogía el teléfono.

En fin. Debo estar nostálgico o quizás muy decepcionado. Tal vez el mundo de nuestros días se ha quedado sin fuerzas y empieza -como yo- a estar mayor. Pero lo que sí sé es que no voy a estar nunca “ni quieto ni parao” y que lucharé sin desmayo contra todo este tipo de vida por el que nos quieren llevar que acarrea el triste deterioro que tiene abducida y humillada a nuestra sociedad actual. Con respeto a todos y pese a discrepar en algunos temas… sepan todos que estoy en el centro, sigo en el centro y ahí quiero seguir.