d

urante el coloquio que siguió a una conferencia del general Cassiniello, dentro de unas jornadas sobre la guerra de la Independencia en Asturias que sirvieron de preámbulo a las conmemoraciones de este año, uno de los asistentes al acto se levantó para preguntar por qué los liberales habían sufrido tanto durante esa guerra. El profesor Emilio de Diego, que se encontraba en la mesa como presentador del general, hizo un gesto de estupor, y le dijo al conferenciante:

-Permítame, mi general, que sea yo quien conteste -y dirigiéndose al que preguntaba, le soltó de forma contundente y con clara pronunciación -mire usted: en una guerra como aquélla, y en todas las guerras, sufre todo el mundo: los liberales y los no liberales, los militares y los civiles, los que toman partido y los neutrales, y hasta la mujer de la limpieza.

De acuerdo con el título de su gran libro sobre la guerra de la Independencia que acaba de publicar, «España, el infierno de Napoleón», en aquella guerra sufrió hasta Napoleón, para quien la aventura española, iniciada como paseo militar, acabó convirtiéndose en un infierno clamoroso y sangriento que le sirvió de ensayo general para el gran infierno helado que le aguardaba en Rusia.

«España, el infierno de Napoleón» es un gran libro y un libro grande, que culmina una serie de trabajos del autor sobre la guerra de la Independencia. Pese a que el asunto parece inagotable, Emilio de Diego, al ofrecerlas de manera exhaustiva, agota muchas cuestiones, aunque como él mismo advierte, «la presentación del texto al lector no garantiza un final feliz, pero, seguramente, evita algún desengaño».

Antes de pasar página, conviene recomendar al lector que se fije en la portada, por lo demás magnífica: reproduce un cuadro muy violento de Lejeune en el que varios caballistas y garrochistas linchan a un francés. Aunque en el interior figuran otros cuadros no menos violentos, espléndidamente reproducidos: en el aspecto gráfico, el libro es una obra de arte. Mas la portada nos da otra información: la faja que declara al libro como «una historia de la guerra de la Independencia». No la Historia de esa guerra, sino «una historia»: no un relato absoluto y totalizador, sino un punto de vista. No obstante, de cuantas historias he leído sobre la guerra de la Independencia, ninguna tan completa como ésta. Obra simultánea de un historiador riguroso que es a la vez hombre con sentido de la narración, a la manera de los grandes historiadores de otro tiempo. En consecuencia, el libro es ameno sin renunciar al rigor, a diferencia de tantas obras de historiadores más pretenciosos que están convencidos de que rigor y amenidad son incompatibles.

«La intervención napoleónica en España, desde sus orígenes hasta el final, vendría marcada por la crisis política e institucional que atravesó nuestro país, a partir de octubre de 1807 -escribe De Diego- del enorme calado de ésta nos da fe el hecho de que, en los meses siguientes, se llevaría por delante la mayoría de las instituciones del Antiguo Régimen, abriría la puerta a un cambio dinástico y daría origen a la construcción de un entramado institucional, de carácter revolucionario».

Experto en asuntos militares, Emilio de Diego ha cuidado con mimo el repertorio cartográfico, encomendado al teniente coronel Pardo de Santayana, lo que permite un completo conocimiento de las batallas descritas. En este aspecto, la obra es difícilmente superable.

La guerra fue larga y el resultado, ¿por qué no decirlo?, desazonador. «La España de Cádiz, de la Constitución, de la Independencia y de la búsqueda de la libertad iría unida al país de charanga y pandereta en un mismo cuadro», señala De Diego.

De todos modos conviene leer con detenimiento la página 483 del libro, de la que está sacada la frase, y reflexionar sobre ella. El fracaso de aquella guerra fue descrito con amargura por Benito Pérez Galdós, según el cual el español abandonó su casa en 1808 y todavía no ha encontrado otra a la que regresar. Todavía no la ha encontrado a los doscientos años de aquella guerra, y lo peor del caso es que el país continua siendo de «charanga y pandereta» pese a los afeites «progreseros», que diría Unamuno, o más a causa de ellos, y como intermedio, en esos dos siglos hubo cuatro guerras civiles.