Oviedo, Luján PALACIOS

La Tierra se despereza. La cadena de devastadores terremotos que se han producido en el planeta desde el comienzo de este año y que han dejado tras de sí un reguero de miles de muertos, heridos y daños económicos aún por cuantificar obedece a una actividad continuada en el núcleo de la Tierra. Las tensiones acaban liberándose en forma de grandes sismos, y las placas tectónicas que componen el globo deben reajustarse, generando a su vez nuevos movimientos en otros puntos del planeta. Primero fue Haití, luego Chile y ayer mismo Turquía.

Según explican Juan Manuel Zubieta, presidente del Colegio Oficial de Geólogos de Asturias, y Luis Manuel Rodríguez, delegado en Asturias de Geólogos del Mundo, «lo que se ajusta por un lado se desajusta por el otro». Por eso es factible pensar que el gran seísmo de Haití, de magnitud 7 en la escala de Richter, está relacionado con el de Chile, aún de mayor intensidad, de 8,8 grados, y, a su vez, con el de Turquía, que ayer ocasionó medio centenar de fallecidos y que alcanzó los 6 grados.

«Las fuentes de energía que llegan a la corteza se liberan en forma de movimientos, y las placas se tensionan y se distensionan, con lo que se generan efectos en cadena», indican los geólogos. De todas formas, es «muy difícil» prever dónde se producirá el siguiente movimiento sísmico de alta intensidad, aunque sí se conozcan las zonas de mayor actividad geológica. «Los científicos llevan mucho tiempo esperando el gran terremoto en el oeste de Estados Unidos, pero es imposible predecir cuándo pasará; simplemente, sucederá», indica Luis Manuel Rodríguez.

José Antonio Martínez Álvarez, catedrático y profesor de Geología Aplicada de la Escuela de Minas de la Universidad, llama la atención sobre el hecho de que la Tierra es «un gran reactor» o, de forma más gráfica, «una pota hirviendo» que genera movimientos constantes y que obligan a buscar permanentemente el equilibrio en medio de la inestabilidad. «Efectivamente, los sismos están relacionados, porque la Tierra está troquelada en placas, y el movimiento las afecta a todas», indica Martínez Álvarez.

El profesor llama la atención sobre la importancia de estos movimientos geodinámicos, «que matan más que el cambio climático». Por eso, destaca la necesidad de aumentar la red de observaciones sobre la superficie de la Tierra para captar las vibraciones que anuncian la llegada de terremotos, así como la importancia de concienciar a la gente de que «no se pueden hacer megaconstrucciones, que los edificios deben ser flexibles, con materiales especiales, y que las ciudades deben tener zonas de escape, aeropuertos y carreteras de emergencia para poder huir».

Javier Álvarez Pulgar, doctor en Geología y catedrático de Geodinámica Interna, coincide en apuntar la importancia de la educación entre la gente «para estar preparados en el caso de que se produzca un terremoto». En este sentido, Álvarez Pulgar señala, al igual que sus colegas, que no se sabe cuándo ni dónde será. Lo que sí está claro para él es que lo devastador de los tres últimos grandes terremotos es «fruto de una coincidencia», con el denominador común de que en los tres casos se han producido en zonas muy pobladas y con escasa preparación para este tipo de sucesos. «Terremotos de estas magnitudes se producen varios al año, lo que pasa es que suelen tener lugar en zonas despobladas y no tienen trascendencia», indica el doctor.

Por el momento, «es imposible predecir si va a haber un gran seísmo como el que se espera en algunas zonas», afirma Álvarez Pulgar. Tampoco es descartable que se produzca incluso en España, a semejanza del que tuvo lugar en Lisboa en 1755 y que provocó un maremoto que afectó a Gijón, según los documentos de la época. En principio, no hay alerta. Pero la Tierra sigue en movimiento.