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Día de Todos los Santos: una visita al "otro lado" (1)

Tere y Maribel estuvieron más p'allá que p'acá

Los asturianos que llamaron a las puertas de la muerte y volvieron hablan de "serenidad" - y demuestran un coraje vital envidiable

Las hermanas gemelas Tere, izquierda, y Maribel Ordóñez. MIKI LÓPEZ

Hay una luz de verano. Hay una hermosa pradería. Y María Teresa Ordóñez, de 64 años, acaba de llegar a ese lugar donde también hay un árbol. Un árbol cuyas hojas son, por un lado, verdes y, por otro, granates. En ese campo en extremo apacible, un hombre está sentado bajo el árbol en una silla bajo. Ella conoce bien esa sonrisa, es la que le ponía siempre su marido, Francisco Montero, fallecido hace más de una década. Con ese gesto socarrón la tranquilizaba, hacía que relativizase todos los problemas. Es él mismo quien sonríe a Tere. Justo delante. Casi lo puede tocar.

-¿Ahí sí que estás bien, eh, muchacho? -dice la mujer, respondiendo con sorna a una sonrisa que echa de menos todos los días- Pues, hala, Paco, baja tú un poco, que yo me quedo aquí muy a gusto.

-No, Tere, tienes que volver, que aún tienes mucho que hacer.

Y Tere vuelve. Claro que tiene mucho que hacer: se va a casar una hija y además tiene un hijo discapacitado. Tere vuelve. Lo siguiente que recuerda es que se despierta en un hospital. "¿Qué hago yo aquí?", pregunta. Hace varios meses que sufrió una hemorragia cerebral masiva. Le acaban de colocar una válvula en la cabeza para derivar el líquido del cerebro que la causaba una hidrocefalia. La intervención ha funcionado. Sus familiares la han visto moverse, hablar -la mayor parte del tiempo incoherencias-, pero ella no recuerda nada. No estaba allí, dentro de sí misma. Estaba en otro sitio: en el lugar donde tan bien se sentía, donde había una luz de verano, un prado, un árbol con hojas verdes y granates. El lugar de Paco. Eso es lo que hay más allá de la muerte. Es la certeza que tiene Tere, una ovetense vital, plena de sentido del humor, que se ha recuperado magníficamente de la hemorragia cerebral que sufrió hace ocho años. La visión que tuvo, dice, la ayuda a vivir.

Ana Menéndez, psicóloga especializada en duelos (es máster en tanatología y cuidados al final de la vida por la Universidad de La Laguna), indica que esa sensación es la que repiten muchas personas con experiencias cercanas a la muerte y que han vuelto a este lado. "Casi todo el mundo habla de una cierta serenidad. Lo que les pasa por la cabeza no es cuánto dinero ganaron, sino la cara de su gente más cercana, de los momentos con ellos, quizá de las cuentas pendientes o de lo realizado". Esa "muerte placentera" es la que refiere también el geólogo José Antonio Sáenz de Santamaría, responsable de los estudios de la variante de Pajares. Tras un grave accidente de montaña ocurrido el año pasado se encontró a las puertas de la muerte. Pero cuando ya se veía cruzando el umbral, fue rescatado. En estas mismas páginas de transcribe el intenso relato que hace de una experiencia que Sáenz de Santamaría despoja de cualquier tinte religioso pero que, con cierto humor, equipara con sentir "una especie de paz celestial". Admite que jamás se ha sentido tan bien en su vida.

En agosto del año pasado, justo siete años después que María Tere Ordóñez sufriera la hemorragia cerebral masiva, María Isabel Ordóñez, la hermana gemela de Tere, cayó fulminada a las puertas del hospital de Jarrio, a donde había acudido de urgencias por el infarto de su marido. Maribel acababa de ser víctima de la misma dolencia que su hermana. La hemorragia se declaró en idéntico sitio del cerebro que su hermana. También estuvo más p'allá que p'acá. También pasó meses en los que aparentemente estaba consciente y de los que hoy no recuerda nada. Mejor dicho, sólo recuerda una cosa: a los nietos. Del viaje al límite de la vida no ha retornado con una visión tan vívida como la de su hermana, pero sí está aquí con una cierta sensación de haber encontrado serenidad al asomarse al otro lado. Hoy, como su hermana, se ha recuperado de manera sorprendente. Con 72 años, Maribel y Tere forman una pareja entrañable por la complicidad que manifiestan, por el buen humor que transmiten. Si este viaje al último confín les ha servido para algo, ha sido también (y sobre todo) para reforzar su amor por los hijos y los nietos, que las han cuidado con mimo en su lento retorno de un ignoto lugar del que parecía imposible salir.

Cuando Tere cayó desplomada, allí estaba su hija. Y no es un dato baladí porque María José Villanueva es médico especialista en urgencias, trabaja en la UVI móvil y durante ocho años fue la coordinadora del servicio de emergencias, el SAMU. Atendió a su madre. La salvó. Por conocimientos y experiencia, nadie mejor que ella en aquel preciso momento. Villanueva es polvorilla, todos la conocen como Josina. Tiene una vitalidad arrolladora. Ha salvado muchas vidas, pero también ha sentido bastantes escurriéndose de las manos. Si algo ha aprendido de ese trabajo, tantas veces en la raya entre la vida y la muerte, es "lo vulnerables que somos, saber que todo puede irse en un segundo". Se ha hartado de llorar muchas veces, cuando pierde a algún paciente. Pero es precisamente la certeza de esa fragilidad que tiene la vida lo que la empuja casi siempre a disfrutar el momento con toda la intensidad posible. Es creyente. "Soy muy ignaciana", subraya. La fe es "una ayuda tremenda, me aporta luz".

Uno de los últimos pacientes que la doctora Villanueva atendió -y que aún está en el hospital San Agustín de Avilés- es Javier Menéndez Muñiz, gijonés de 61 años. Repara cubiertas de edificio. El 3 septiembre inspeccionaba el tejado de una nave en el polígono empresarial de Avilés, el PEPA, y pisó por error una lámina de fibra. Cayó a plomo más de diez metros. Está aquí de milagro médico. "Yo estuve en la muerte. Volví a nacer", sentencia desde el hospital. No recuerda nada de su visita al más allá. Ninguna experiencia extraordinaria. Pero sí ha adquirido una certeza que le gustaría trasladar a todos. Y tampoco es mala enseñanza: "Los médicos me han salvado. Ahora sé la profesionalidad y dedicación que tienen los que trabajan en la sanidad pública española. No valoramos bien lo que tenemos en este país. Por eso, cuando me recupere, yo seré el primero en manifestarme en contra de tantos recortes. Esto que me han dado sí que es un regalo".

Javier está volviendo a la vida. Un proceso que conoce muy bien Mari Carmen Alonso Fernández, a quien todos conocen como Maqui. Durante muchos años fue presidenta en Asturias de Aspaym, la asociación de parapléjicos y grandes minusválidos. Hace treinta y cinco años, cuando tenía 19, un mal sábado de octubre, el coche en el que viajaba en el asiento trasero sufrió un accidente. Aquel vehículo con exceso de velocidad chocó contra un camión y ella se llevó todo. Los otros tres ocupantes salieron indemnes. Estuvo mes y medio en la UCI. Nueve meses encamada, boca arriba. Diagnóstico: tetraplejia completa. Maqui seguía viva pero ya no tenía vida por delante. ¿Qué va a ser de mí?, pensaba. Tenía a su familia, pero sus amigos de entonces fueron poco a poco desapareciendo. Tenía también un afán de perfeccionismo que aún mantiene y que la llevó a caminar, a terminar la carretera y a un empleo de trabajador social, a casarse y a tener una niña, Laína, "mi trocito de cielo", dice. "Sabía que si no reaccionaba me veía muerta, sin vida, sin ilusión". En el hospital pedía que le pusieran a John Denver. Y mientras sonaba, ella se repetía: "Yo quiero, yo puedo, yo lo voy a conseguir, yo soy capaz". Vivir, y estar vivo, es eso.

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