La vida te regala las fresas más dulces, pero también las ciruelas más amargas: es una de esas sencillas pero difíciles enseñanzas que se aprenden con el paso del tiempo. Igual que la de entender que de un modo u otro el dolor es ineludible, pero la esperanza o la felicidad son una lluvia fina y discreta que, si uno quiere y está atento, acaba empapándole. Ambas caras, pese a ser contradictorias, forman parte de un mismo hecho, que en sí es mágico, irrepetible y magnífico: estar aquí y ahora. Es en las situaciones más desconcertantes, paradójicamente, cuando uno percibe más que nunca la belleza intrínseca que encierra el pálpito de vivir. Disculpen el arranque: podría hablarles de la crisis, del declive en picado de Zapatero, de la voraz demagogia de la oposición, de la banca que triunfa cuando el resto se ahoga, de los ricos que se apresuran a sacar fuera su fortuna cuando oyen hablar de más impuestos... Pero no, hoy no quiero. Piensen en fresas, sonrían, tiendan la mano. La vida es esto, pese a tanto de lo otro.