Asisto atónito y desesperanzado, como supongo que la mayoría de los avilesinos que no tienen arte ni parte en las trifulcas políticas, a los estertores del Niemeyer. Al menos, al fin de una etapa tan corta como intensa, la de su puesta en funcionamiento. Al margen de que la programación guste más o menos y subrayando que la trasparencia debe presidir la gestión del equipamiento -faltaría más-, el Niemeyer ha generado ilusión y orgullo; y eso, en una ciudad como Avilés que tiene contados motivos para sacar pecho, ya es mucho. Ignoro si el Gobierno de Foro será capaz de cumplir su promesa de mantener la actividad del centro cultural a partir del día 16 si, como me temo, fracasan los últimos intentos de llegar a un acuerdo y el día 15 hay portazo y tente tieso. Pero, ocurra lo que ocurra, el poso que dejan los últimos tres meses de enfrentamientos entre administraciones y partidos políticos es cualquier cosa menos edificante. Y eso ya no tiene arreglo: si hay ruptura, las rencillas lastrarán el proyecto; si hay acuerdo, será la desconfianza. Así acaban los duelos entre empecinados.