«Las cifras y las letras se me dan bien, pero lo primero parece que se le da mejor a ellos». «Ellos» son los propietarios de la productora del concurso televisivo «Cifras y letras» y el que habla el gozoniego Pablo Cuervo. Este arquitecto técnico de 37 años ganó 5.800 euros en 2011 en el programa que emiten varias cadenas autonómicas. Todavía no ha visto ni un euro. Y como él, en torno a un centenar de concursantes. La productora en cuestión se encuentra en medio de un concurso voluntario de acreedores. Los concursantes se plantean ahora recurrir a la vía judicial para recibir la suma que se les adeuda.

«Grabé cinco programas en junio de 2011 y el resto en diciembre de ese mismo año. En la primera tanda el premio era de 600 euros por programa y en la segunda ya lo bajaron a 400, prácticamente sin previo aviso. No he visto ni un duro», explica Cuervo, que insiste en que es sólo uno de los muchos afectados repartidos por toda la geografía española. Y prosigue con su historia: «Cuando perdí, tuve que firmar un escrito con el importe que tienes que cobrar y me dijeron que me pagarían a a los diez meses de emitir el último programa, que en mi caso fue en Telemadrid».

Sus grabaciones se emitieron en enero de 2012. Pasaron los diez meses sin noticas de la productora. «Fue entonces cuando me puse en contacto con ellos. Al principio me dieron largas, después argumentaron que estaban sufriendo retrasos en los pagos porque las televisiones estaban tardando en pagarles a ellos. Según iba pasando el tiempo insistía más. Pero nadie de la productora se puso en contacto conmigo, y tampoco con el resto de concursantes afectados», prosigue.

La productora está desde hace tres semanas en concurso voluntario de acreedores. Según explicó el abogado que está gestionando el proceso a un diario nacional, los afectados están cada vez más lejos de cobrar. El argumento: «Si las cadenas dejan de pagar a la productora, ésta no puede pagar a su vez a los concursantes. Al entrar en un proceso judicial, hay que liquidar los activos de la empresa y de ahí repartirlo entre los acreedores». El gozoniego se sienta estafado: «Es una vergüenza».