Hace unos cinco años en un congreso sobre lo rural y sus gentes, alguien me dijo, para pesar mío, que no me esforzara tanto en escribir sobre «druidas», los hombres y las mujeres del campo y sus circunstancias. La suerte estaba echada y del mundo rural sólo quedaban los recuerdos y la melancolía. Yo sabía que iba a menos, pero, de manera necia, me obstinaba en creer que las palabras del congresista fueran verdad. En efecto, el mundo rural está a punto de desaparecer y tan sólo queda el espacio. Es decir, algunas huertas, menos pastizales, bosques llenos de zarzas y «cortinales» (tierras de labor) convertidos en prados para el poco ganado que queda. Claro que Grado era la huerta de Asturias, como dice Luis Sánchez. Y lo eran las vegas de Santo Adriano, las de Proaza y los cortinales de Bermiego, Banduxo, La Torre, el que ascendía desde Páramo a la Villa de Sub? Todo ahora es una ruina. Un inmenso zarzal. En estos días se escribe mucho sobre el campo, su envejecimiento, despoblación y otros males. Demasiado tarde. ¿Cómo se fija población? ¿Cómo instruir a los jóvenes rurales? En verdad: «Alea jacta est».