Hace ya unos cuantos años viajé con unos compañeros en coche a Madrid. Una vez en la capital nos dirigimos a la Plaza de Cibeles, pero cuando entramos en la rotonda de la plaza no nos atrevíamos a salir. Ahora, si entro de noche en alguna de las rotondas de acceso a Noreña o a La Pola, recuerdo a veces aquel hecho. La culpa no la tiene solo el tráfico, sino una oscuridad que convierte la maniobra en un suceso bastante azaroso y arriesgado. Estas rotondas ciegas son la antesala de otras zonas en penumbra de estos dos pueblos; y de otros espacios sombríos y marginales del área metropolitana que a duras penas comienzan a mejorar. Oscuridad que es consecuencia de la política de austeridad y de la crisis que afecta a nuestra zona y a nuestros municipios, que además ahora padecen una crisis de salud. Estamos mal situados en el mapa de salud asturiano y no se descarta que los datos empeoren, sobre todo si en las encuestas se mantienen indicadores que aumentan por la falta de luz: los tratamientos de la ansiedad o la depresión. En una de sus viñetas, El Roto dibujó hace tiempo dos siluetas negras que representaban a un anciano y a un niño cogidos de la mano, mirando al horizonte, sobre un paisaje desolador. El dibujo se completaba con el siguiente texto: "lo peor de ser negro es que no se nos ve". A nosotros nos pasa algo parecido. Vivimos en el centro, en crisis y a oscuras. Pero lo malo de estar a oscuras, no es solo que no nos ven, es que no se ve.