Asistí el otro día a la inauguración de la exposición «Asturias en Guerra» que va a permanecer abierta en el Museo del Ferrocarril de Gijón hasta el mes de abril. Tras la introducción de rigor, el mierense Javier Fernández López, director de la institución, sirvió de guía para la primera visita y fue contándonos la peripecia de los materiales que se exhiben en las vitrinas y el porqué de los paneles que los acompañan. En el grupo coincidí con Florentino Romero, también paisano, aficionado a estas cosas y experto en la historia de Fábrica de Mieres y los dos nos detuvimos en el mismo punto: una fotografía del tren que los revolucionarios blindaron en sus talleres en octubre de 1934, acompañada por unos versos de Raúl González Tuñón. Este autor, olvidado en España, fue y sigue siendo uno de los poetas más reconocidos en Argentina, donde nació en 1905 en el seno de una familia de inmigrantes de la cuenca del Caudal. Era el sexto de siete hermanos y le gustaba contar siempre que había heredado su conciencia política de su abuelo materno Manuel Tuñón, minero y socialista que le hablaba constantemente de las cosas de Asturias y había sido el primero en llevarlo a una manifestación.

Dicen sus biógrafos que no llegó a conocer a su otro abuelo, Estanislao González, pero en su entorno se recordaba que había sido borracho y aventurero, y algo de ello le tocó también a Raúl como lo prueba el «alter ego» que utilizó para bautizar al personaje de uno de sus libros: «Juancito Caminador», traducción libre de Jhonny Walter, su marca de güisqui preferida.

El poema de «El tren blindado de Mieres» pertenece a su obra «La rosa blindada», publicado en 1936 y del que Pablo Neruda dijo que inauguraba un estilo, aunque hay que recordar que el Nobel chileno también dedicó una parte de su obra a los cantos épicos y propagandísticos. Se trata de una colección de versos de tema heroico sobre la Revolución de Asturias en los que se glosa la iconografía de los comunistas de la época: «La Libertaria», dedicado a la muerte de Aida de la Fuente, «La copla al servicio de la Revolución», «Cuidado, que viene el Tercio», «La muerte derramada», «El pequeño cementerio fusilado» son algunos de sus poemas y entre ellos encontramos «El tren blindado de Mieres», una larga elegía para alabar en verso libre la pequeña aventura de la máquina revolucionaria. Los trenes blindados han estado presentes en muchos conflictos y se hicieron notar principalmente en América y Europa durante las guerras del siglo XX.

Seguramente el más famoso fue aquel en el que Trotsky vivió dos años recorriendo los frentes de la Revolución Soviética y que en el que tenía instalado en 1918 un verdadero centro administrativo móvil; allí estaban sus habitaciones con una instalación de baños y Biblioteca, despachos, imprenta, centro de radiocomunicaciones, estación eléctrica y hasta garaje para vehículos de carretera. Tiraban de él dos locomotoras y llegó a ser uno de los iconos del Ejército Rojo.

En el otro extremo, vencer a una de estas máquinas también ha servido para unir lo militar a lo simbólico, porque estos trenes son la imagen de la fortaleza, aunque después en la lucha dejen mucho que desear. Uno de los monumentos más emblemáticos de la Cuba castrista conmemora la gesta del comandante Ernesto «Che» Guevara en Santa Clara cuando en diciembre de 1958 hizo descarrilar y asaltó el tren blindado en el que se desplazaban las tropas del Cuerpo de Ingeniería del Ejército del dictador Batista con una enorme carga de pertrechos de guerra que cayeron en poder de los revolucionarios. El monumento se levantó en 1971 en el escenario de la acción y volvió a ser mejorado en 1986 por el escultor oficial del régimen Lázaro Bencomo, más conocido como «José Delarra». Gracias a Raúl González Tuñón la historia del ferrocarril preparado en Mieres para ayudar a cambiar el curso de la historia acabó convirtiéndose en un símbolo de lo ocurrido en aquel octubre sangriento; pero, ¿qué fue lo que pasó en realidad con su breve existencia? Aunque se ha escrito sobre él en varias publicaciones, como en otras ocasiones, el testimonio más fiable lo debemos obtener de Manuel Grossi «Manolé». Según cuenta en su libro «La insurrección de Asturias», iniciado en la cárcel que se estableció en los sótanos de la casa del Pueblo de Mieres tras la solución del conflicto, el tren blindado, cuyo armamento pesado constaba sólo de un cañón y unos obuses sin espoleta, había sido forrado en los talleres de la fábrica con la misma técnica que se empleaba para los camiones: una especie de sándwich con una chapa exterior de un centímetro de grueso, otra interior con la mitad de ese grosor y en el medio un relleno de sacos terreros.

Sin embargo, aunque la idea funcionó a la perfección con los camiones y los vagones del tren, no sucedió lo mismo con la locomotora. El convoy fue enviado una mañana al frente de Campomanes con sesenta hombres armados con fusiles y mandados por un miembro del Comité Local y acabó inutilizado tras los primeros disparos cayendo en poder del enemigo hasta que fue recuperado al anochecer.

Esta circunstancia fue conocida por el poeta que llegó como corresponsal de un diario porteño para cubrir la información de los acontecimientos de aquellos días y permaneció en España hasta poco antes del inicio del la guerra civil. En ese tiempo pudo hacer amistad con Federico García Lorca, Miguel Hernández y Rafael Alberti, también con los líderes comunistas como Dolores Ibarruri, «la Pasionaria» y, por supuesto, con Neruda, que entonces era cónsul en Madrid. Luego no ceso de moverse: regresó a Buenos Aires, volvió de nuevo España para cubrir la batalla de la defensa de Madrid y al finalizar la contienda se estableció en Chile, desde donde hizo viajes por toda Europa, la Unión Soviética y China. Raúl González Tuñón cuenta en sus versos la historia del tren a su manera, veamos sólo un fragmento a modo de ejemplo: «Yo alabo tu desdicha pequeño tren blindado que partiste de Mieres / Con tus vagones grises, tus doscientos mineros y una hoz y un martillo / Fuiste a estrellarte contra la táctica envolvente de la academia militar / Conminada con el mercenarismo y el terror / Los ratones, los perros y las condecoradas culebras de la arena / Destrozado, oxidado, con cicatrices y con llagas, con esqueletos y hierba salvaje / Solo, desencolado, semienterrado y brotado de musgos y cenizas / Estarás ahora al borde de algún camino / Con la sirena rota, con la sirena muerta, con pájaros quemados / Tren blindado de Mieres / Pitando inútilmente un desgarrado dolor definitivo y sordo / Tren blindado de Mieres / Frenado en pleno viaje por atajacaminos de metralla / Tren blindado de Mieres...».

El poeta tuvo después una destacada actividad política y fue el organizador de la sección hispanoamericana de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, aunque como muchos otros al final de su vida revisó algunas de sus ideas. Pero sus mejores obras son aquellas en las que, sin olvidar lo social, toca otros temas: «El violín del diablo» y «La calle del agujero en la media». En la primera describe el ambiente de su juventud en los barrios porteños y donde hizo sus pinitos literarios junto a Borges o Discépolo -para mí el mejor de los letristas en la historia del tango-, y en la segunda relata sus experiencias en el París del surrealismo, una estética que nunca le abandonó.

Su vida, como es lógico, estuvo salpicada de anécdotas en las que intervienen muchos de sus personajes contemporáneos, por ejemplo, un joven doctor Salvador Allende que le atendió de un infarto de miocardio sufrido en 1943. Cuando murió, en 1974, había dejado la huella suficiente para que hoy varios grupos de poetas jóvenes en América del Sur se definan como sus herederos literarios.

Voy a despedirlo con un poema de «Canciones del tercer frente», escrito en 1941 y en el que deja clara su idea de lo debería ser la poesía: «ÉCon un pan / Con una mesa / Con un muro / Con una silla / No se puede cambiar al mundo / Con una carabina / Con un libro / Eso es posible / ¿Comprenderéis por que / El poeta y el soldado / Pueden ser una misma cosa? / Subiré al cielo / Le pondré gatillo a la luna / Y desde arriba fusilaré al mundo / Suavemente / Para que esto cambie de una vez».