Meriñán (Langreo), L. M. D.

En la novela de 1954 «Soy leyenda», su autor, Richard Matheson, plantea la siguiente situación: En la Tierra sólo queda un único ser humano, que viven en su pequeña fortaleza, protegiéndose de las amenazas exteriores. Un mundo sin luz artificial y sobre todo, falto de contacto con otras personas. La novela fue adaptada tres veces al cine. En sus distintas versiones, los protagonistas de la acción fueron Vicent Price, Charlton Heston y más recientemente, Will Smith. La situación a la que se enfrentan día a día los últimos vecinos del barrio de Meriñán, ubicado junto a la central térmica de Lada, puede compararse en algunos puntos con la novela del estadounidense: Un barrio, grande, extenso, en el que están solos y en el que apenas hay alumbrado público. Su casa, además, es su pequeña fortaleza. Alrededor suyo, todas las ventanas y las puertas de las plantas bajas del barrio están tapiadas para prevenir los robos y las «okupaciones». José Antonio Castaño y su mujer, Finita García, que llevan en Meriñán 37 años, son los dos últimos vecinos de un barrio que nació, vivió y morirá a la sombra de la central térmica de Lada.

Hasta hace apenas unos días, este matrimonio no estaba tan solo en Meriñán, aunque la situación de abandono del barrio lleva siendo un problema desde hace años. En 2004, Iberdrola, la propietaria de la central térmica y promotora de la construcción de las viviendas de Meriñán, avisó a los vecinos de que su intención era derruir los edificios para acometer sus planes de ampliación de las instalaciones. Eso sí, ninguna de las familias se quedaría en la calle. A través de Vipasa (Viviendas del Principado de Asturias) se consiguieron pisos para realojar a todos los vecinos. A todos, menos a José Antonio Castaño y Finita García. Figuraban como herederos de una propiedad, eso sí, compartida con el resto de sus familiares. Tras hablar con Iberdrola de su situación, la eléctrica vasca se comprometió a encontrarles un hogar. Sin embargo, los trámites para confirmar su traslado se han alargado más que los del resto de sus vecinos y ahora están solos en el barrio. «Creo que todavía hay otra vivienda ocupada en el barrio. Me parece que están de obra en la cocina del piso al que van. En cuanto se acabe, seremos los últimos», apuntó José Antonio Castaño.

El matrimonio tiene confianza en la empresa y en que en el menor tiempo posible estarán en su nuevo piso. Él se jubiló en 1988, tras «42 años, 4 meses y 9 días» trabajando para la eléctrica. Pero ahora la vida, solos en Meriñán, no es fácil. «En estas fechas, con los días tan cortos, desde las siete de la tarde nos metemos en casa y no salimos». Por las noches, a veces, pasan hasta miedo. Hace ya tiempo que, en la puerta de su portal, ponen una tranca. «La puerta es vieja y se viene abajo de una patada sin dificultad. Así nos sentimos más seguros», indicó Castaño. No es la primera vez que en el barrio se cometen robos. Cuando la gente empezó a dejarlo, varios pisos fueron asaltados. Desde entonces, se tomó la determinación de ir tapiando las ventanas y puertas de planta baja que ya no se utilizaban. En otra ocasión, relató José Antonio Castaño, salieron a la calle y en el barrio «ya no quedaba ninguna tapa de alcantarilla». Los «cacos» se las habían llevado de madrugada, para venderlas como chatarra. «Fue a partir de ahí, más o menos, cuando la empresa», Castaño siempre se refiere a Iberdrola de esta forma, «puso un guarda de seguridad para que patrullara por el barrio».

Cada salida fuera del barrio se convierte para ellos en toda una aventura. A José Antonio siempre le gustó el fútbol. Cuando las retransmisiones eran de pago, iba hasta La Felguera a ver los partidos. Después, volvía a casa sin ningún tipo de miedo. Estos tiempos ya pasaron. «Me atrevo a venir de noche, pero no me gusta», afirma. Tampoco a su mujer, Finita, le hace gracia pasear por la zona cuando cae la noche. «Llegar hasta aquí andando no es fácil. Hay que salir de Lada, ir por una zona muy solitaria, pasar por debajo del túnel de la carretera y llegar al barrio. Apenas hay luces que alumbren el camino. Las que quedan en el barrio son intermitentes, unas veces funcionan, otras no». Los accesos rodados, además, están muy deteriorados. Los abundantes baches, unidos a los kilos y kilos de materiales de obra acumulados en los alrededores dan al barrio el aspecto de haber sido bombardeado recientemente. Como, si en vez de estar en Langreo, al pasar por el túnel bajo la carretera por el que se accede a Meriñán con cada paso se avanzara miles de kilómetros y se llegara a Mostar, Goradze o Sarajevo, las ciudades bosnias que más sufrieron la guerra de los Balcanes.

Cuando llegan a su casa, a veces recuerdan lo que fueron los tiempos de esplendor del barrio, en los años 60 y 70. «Aquí había hasta jardines. Estaban muy bien cuidados. La verdad es que teníamos de todo», afirma Finita García. «Donde están haciendo ahora las obras de la central térmica había un campo de fútbol en el que jugaban todo el día los chavales», rememora Castaño. «Es ahí mismo, donde ahora están los obreros trabajando», explica. Ahora, los obreros que trabajan en el acondicionamiento de la térmica son lo más parecido a unos vecinos que tienen. «Si ves actividad por el barrio no te importa salir de casa, ir a dar una vuelta hasta La Felguera o Lada», explica Castaño. Por las noches es distinto, y sienten temor «cada vez que un coche o una furgoneta pasa por aquí».

A los 80 años, la única petición que José Antonio y Finita le hacen ya a la vida es que «podamos vivir en la nueva casa. Que nos digan cuando podremos ir allí». Castaño hasta se atreve a ironizar un poco con su situación. «Espero que no tarden mucho, porque si no me voy a quedar aquí para siempre. Pero porque habré "estirao la pata"». En cuanto ellos se vayan, Iberdrola derribará el barrio. De esta forma se pondrá punto y final a medio siglo de historia de Langreo.