La superioridad me riñe porque tengo tendencia a referirme sólo a Mieres cuando, escribiendo en la página tres del periódico -se habrán percatado de que me han ascendido, que ahora asomo el careto en la zona de «pata negra»-, resulta obligado abandonar el localismo para abrirse al comarcalismo cuenquil -que dicho así suena bastante raro.

Pero es que me siento ante el ordenador y me digo: «Hoy voy a escribir del Nalón», y no me sale nada. En blanco. Hay que ver lo que separa un monte. Apenas una decena de kilómetros y parecemos antípodas. Hace poco, con motivo de un asunto de trabajo, en nuestro despacho recibimos a un buen número de langreanos. Y fueron muchos los que comenzaban la conversación con un «cómo está de cambiado Mieres». Porque llevaban sin venir por aquí cinco, diez o más años. ¡Y estamos al lado! Lo mismo nos pasa a los del otro lado del monte. Si no es por trabajo o que la jerarquía se estire y me invite a comer -ventajas de ser un tipo tremendamente importante-, no cambio de cuenca para nada. Bueno, hace años fui al centro comercial de El Entrego y no volví. Como ahora tenemos nosotros uno aún más ruinoso...

Las salidas naturales de caudaleños y nalonianos son hacia el Norte y hacia el Sur. Coincidimos en Oviedo o Gijón, los reumáticos se reúnen en Castilla y la pijería en las estaciones de esquí de Aller y Lena. Pero no nos desplazamos de Este a Oeste o viceversa. En consecuencia, nos relacionamos poco. Una pena. De ahí que me las vea negras para escribir algo que pueda interesar a todos.

Por otra parte, a pesar de que la problemática de ambas cuencas sea similar y que el día a día, lo cotidiano, se parezca muchísimo, en Mieres hay una peculiaridad que nos marca: su Ayuntamiento. Ustedes, habitantes de otros concejos, pueden pensar que lo que pasa en los suyos es la repera, lo nunca visto. Eso es porque no conocen el nuestro. Y, claro, a la hora de hallar la inspiración columnera, la casuística consistorial mierense es inigualable. Sepan disculparme. Jefes, lo juro, seguiré intentándolo.