Muchos de ustedes lo tendrán bien guardado. Otros lo han leído hasta varias veces, lo prestaron y nunca más supieron del libro. Algunos lo pidieron y son ellos los que se quedaron con él. Y creo que a los últimos nos lo regalaron cuando éramos -yo mejor apuntaba a dejar de ser niño- mozalbetes y con tanto traslado de casa «desapareció» inexplicablemente. Como bien decía en el año 1969 Francisco Carantoña -entonces director de «El Comercio»- en la contraportada de la cuarta edición de «Un kilo de versos»: «Es un libro buscado, que regocija tanto a los jóvenes como a los maduros. A mí me han robado tres ejemplares, conseguidos con trabajo?». El propio Carantoña, en el interior, hace un añadido nuevo prólogo al original del año 1915 y el epílogo que con certeza le dedica Juan Ramón Pérez de Las Clotas.

Partiendo todo ello del referido año quince del pasado siglo XX, la llamativa portada es de Evaristo Valle, el prólogo de Adeflor y el contenido «kilo de versos» del no menos genial gijonés Luis Fernández Valdés, «Ludi». Cuando cae en mi poder el libro, ya estaba hecho polvo, ajado, bien manoseado con tanta lectura y por tantos interesados: creo que rondaba el año 1955. Yo fui de los que se quedaron con él y no lo devolvió. Pienso hoy que, en justo castigo a mi perversidad, bastantes años después alguien hizo lo propio. Pero lo encontré hace unos días en Oviedo, en la librería de mi amigo Alberto Polledo. La edición es la sexta, de 1999, de la que se hacen 1.500 ejemplares que imprime Artes Gráficas Noega, comercializa Ediciones Trea y los Herederos. de Luis Fernández Valdés siguen conservando su copyright.

¿Dónde empecé a oír dichos versos? Sin duda, por donde muchos hemos comenzado: por el barón de «Chente Mata», como siempre se dijo. El original título del poema es «Le castelo sangrienti», que aprendimos a recitar de memoria y así comienza: «Trachedia desarrollata/ en el ruinosi castelo/ del barón de "Chente Mata"./ ¡Si no es cherta e veritata/ que m'arranquen un capelo!». No sigo, no debo seguir, porque las estrofas son desternillantes y sólo con ese italiano macarrónico puede el lector hacerlo en persona. Hay más cosas, muchos más kilos de versos que, en pequeña letra, nos deleitan en cualquier momento, sea verano e invierno, otoño o primavera. Para todos y de todo hizo «Ludi»: «Chifladura bélica», «Desengaño», «Conventual», «La cocinera», «Entre chulos»..., unas setenta poesías que recomiendo, recomendamos sus fieles seguidores.

Ya saben. Si lo tienen, no lo presten, y si lo desconocen, háganse rápidamente con él. Seguro que me lo agradecen.