Recuerdo los tiempos en que de los autobuses, al abrir las puertas, lo primero que salía era la humareda de las decenas de cigarrillos prendidos en su interior. Entre la niebla del tabaco viajaban durante horas niños, embarazadas, enfermos crónicos, que llegaban a destino con los pulmones saturados, los ojos enrojecidos y el pestazo pegado en la ropa. Cuando anunciaron que sólo se podría fumar de la mitad para atrás del vehículo, los defensores del fumeque pusieron el grito en el cielo, augurando terribles dramas. Posteriormente, se prohibió -bendita la hora- el tabaco en todos los transportes públicos. Hubo quien vaticinó el fin de los viajes en autobús, dramáticos síndromes de abstinencia en los trenes, ataques de ansia en los taxis. Y se producirían motines a bordo de los aviones. Los habría que, presa del mono, intentarían abrir las ventanillas a diez kilómetros de altitud para darle una caladita al cigarro en el exterior. Porque resultaba inhumano mantener encerrado a un individuo durante un montón de horas sin poder echar un pito.

Le llegó el turno a los centros de trabajo. La de mi madre. El acabose. El fin de los tiempos. Los vendedores de fórmulas mágicas para desengancharse se forraron. Pero, como aún no se conoce que nadie se haya muerto por no fumar, no sucedió gran cosa. Lamentablemente, la laxitud a la hora de hacer cumplir la ley está provocando que cada día más lugares de trabajo apesten a tabaco. Pero, bueno, esto es algo muy español: legislarlo todo para luego no hacer ni puñetero caso de lo legislado.

Ahora resulta que hacer de restaurantes y bares espacios libres de humo va a ser el fin del sector hostelero, provocando que la población fumadora abandone los locales en estampida para no volver jamás. No será para tanto. En la mayoría de Europa, la prohibición está vigente y no parece haber acontecido ningún cataclismo. Eso sí, los hosteleros que se vieron obligados a hacer reformas en sus locales en aplicación de la estúpida norma actual deberían ser compensados. Personalmente, si llega ese día, agradeceré ir a una cafetería que huela a café.