Acaban de pintar el edificio que está frente a mi despacho. Es una construcción noble, calculo que de principios del siglo pasado, representativa de una época, una sociedad y una forma de hacer las cosas. Durante mucho tiempo, su fachada estuvo oculta tras un negruzco velo de suciedad, de años de humos y hollines. Ahora ha salido a la luz, luciendo su distinguido porte y dando prestancia a la esquina donde se asienta.

Es uno de los pocos edificios salvados de la irracional fiebre de la demolición, que ha conducido a Mieres, como al resto de localidades grandes de las Cuencas, a quedar prácticamente huérfana de pasado, aplastado por bloques impersonales de viviendas que lo mismo valen para aquí que para Parla o Tarrasa. Este insensato proceder, consentido por nuestros ayuntamientos, deja bien a las claras cuál es el verdadero interés de esta sociedad por su historia: ninguno.

Las palas excavadoras se han llevado por delante auténticas joyas arquitectónicas y otras edificaciones más modestas, pero representativas de un pueblo y de unos tiempos. En lugares más civilizados, todo esto habría sido conservado, restaurado y acondicionado para los usos actuales. Da pena y dolor ver casonas rurales completamente abandonadas, con sus hermosas galerías vencidas por el desinterés de los que habitamos estas tierras, que preferimos vivir en un piso de mierda, de paredes de papel y cuartuchos minúsculos en vez de invertir en la recuperación de la antigua casa familiar, con sus suelos de terrazo, las vigas de roble en los techos y las puertas de cuarterones.

El simple lavado de cara del edificio que tengo enfrente es suficiente para hermosear una calle que destruyó su historia. Porque cuando las cosas son buenas, a poquito que se las cuide, siempre lucen su valor.

Por desgracia, nos quedan pocos ejemplares como éste, la mayoría en un estado penoso. No olvidemos que, en gran medida, somos lo que fuimos. Y si resulta que nos importa un bledo aniquilar nuestras raíces, damos la impresión de que nada queremos saber sobre nuestro pasado. Y, en consecuencia, poco nos preocupa lo que somos y lo que podamos llegar a ser.