Pues a mí no me parece tan mal la peineta de Aznar. Vale, no es un gesto muy académico, pero no creo que sea de extrañar una reacción así cuando un grupito de mozalbetes gritaban a coro «Josemari, presidente». Pues sí, hombre, con la que está cayendo me iba yo a presentar a presidente. Ni de coña. Que el marronazo se lo coma el listo de ZP, que ya tuve lo mío. De hecho, me da la impresión de que se trata de un gesto sin importancia, lo menos que pudo pasar pues, no olvidemos que si el ex presidente se hubiera cabreado de verdad, podría haber acometido contra la docenita vocinglera causándoles no pocos estragos. No en vano, se les pudo venir encima un sujeto que hace un par de millones de abdominales antes del desayuno.

Sin embargo, el bueno de Aznar, se contuvo, sonrió de ese modo tan suyo, tan amable y cariñoso y elevó al cielo el dedo medio de la mano izquierda. Una peineta, ni más ni menos. Un gesto que antes ya realizaron muchas personalidades patrias y que algunos se empeñan en interpretar como una grosería y un desprecio. Qué va: es una tradición hispánica, perfectamente descrita por Luis Aragonés, el «Sabio de Hortaleza», patrón de la nave que nos llevó al triunfo en la pasada Eurocopa de fútbol.

Y no podemos olvidar que vivimos en el siglo que debería ser el de la lucha contra el cambio climático, de la conciencia ecológica, el respeto medioambiental, las energías limpias y la protección de la naturaleza. Y, ¿qué significa la peineta? Pues, «monta aquí y da pedales». Al tiempo que tradicional, es un mensaje moderno, sin emisiones nocivas, promotor del transporte no contaminante y del ejercicio físico. Aznar sólo busca la mejora de la calidad de vida de los españoles.

Pero, claro, siempre los hay que malinterpretan el mensaje y prefieren tomarlo a la tremenda. «Fíjate qué mal bicho el bigotes este: le perseguimos llamándolo asesino, reventamos su conferencia, nos burlamos de él y va el tío y nos manda a tomar por donde amargan los pepinos». Hay que ser malvado.