Pero qué tontos somos. Finalmente alcanzamos la soñada democracia y no sabemos usarla. Gran parte de la derecha asturiana espera de la llegada de Cascos como una especie de mesías, el salvador del Principado, el caudillo que nos liberará del saqueo socialista.

Como pueden ver, la solución no es un proyecto ni un ideario: es un fulano, como usted o yo, pero peor encarado. ¿Y para eso tanta democracia, para acabar como ovejas guiadas por el pastor?

Me refiero a Cascos porque es el ejemplo más cercano que tenemos, pero es un mal que está absolutamente extendido. Los programas y las ideas quedan eclipsados por la figura del líder. Y si éste tiene gancho, le votamos aunque sea un completo majadero, como se está demostrando. Pero si tiene pinta de zampabollos y no encandila a la concurrencia, ya puede ser el tipo más válido del mundo, que perderá las elecciones.

Cuando las vacas eran gorditas, lo que votamos fue la miradita dulce y pestañosa, el tipito fino y el discurso amable (lo del talante y todo aquello que vaya usted a saber dónde quedó). Ahora, tras el gran revolcón, lo que busca el elector es el tipo fiero, la contundencia. Menos contemplaciones y al grano.

Pero, al final, siempre nos quedamos en la figura, en la persona que lidera el partido. Y dependiendo de sus dotes para engatusar, la candidatura prospera o se hunde. Obama ganó por su cara bonita y su capacidad para regalarle el oído a la audiencia. El PSOE nos gobierna porque Zapatero es mucho más atractivo que Rajoy. Los laboristas acaban de perder las elecciones en el Reino Unido, en buena parte, porque su líder, Gordon Brown, requetefeo, hizo un comentario muy desafortunado sobre una anciana. Y parte del electorado le retiró el voto por un simple error. Ahora lo han sustituido por una coalición de chicos monos.

Vuelvo al principio: un hombre no es la solución de nada. En democracia no podemos depender de una sola persona. Y si nuestro voto depende de la belleza del candidato, del corte del traje o del éxito de su blanqueador dental, nos tenemos en muy poca consideración.