Parece que la sociedad no avanza al mismo ritmo para todos. Acabo de escuchar en los informativos el resumen de los primeros mítines de la campaña electoral que se vive en Cataluña, y entre ellos a un energúmeno con cerebro de pan tumaca resucitando ese argumento tan torpe y tan manido que identifica a los catalanes como generosos samaritanos que mantienen con sus impuestos al resto del Estado y especialmente a los parados andaluces.

El comentario de ese exabrupto no merece ocupar más de unos renglones, basta con que el aguerrido payés se pregunte por el lugar de nacimiento de la mayor parte de los obreros que han levantado las infraestructuras de Barcelona -y seguramente hasta su casa- y originado la plusvalía de que presume su país, pero a nosotros su comentario chusquero nos da pie para que recordemos un capítulo amable de nuestra propia historia y traigamos a estas historias la sana pelea literaria que sostuvieron a finales del siglo XIX Diego Terrero y Teodoro Cuesta y que tan buen recuerdo sigue dejando todavía a sus lectores. Vamos a ello.

Ambos eran amigos y socios del Círculo Mercantil de Oviedo, donde se reunían cada quince noches con otros aficionados para escuchar música y poesía. De Teodoro, natural de La Pasera, vecino de Oviedo y mierense de ejercicio, hay tanto que contar que necesitaríamos otro espacio, pero para situarnos es preciso decir que desde 1858 se ganaba la vida como director de la Banda de Música del Hospicio de la capital y ocupaba la mayor parte de su tiempo en la música, componiendo y dedicado a su famosa flauta, actividades que en su conjunto apenas le daba para que su familia fuese tirando con lo justo.

Por su parte, de Diego Terrero sabemos que había nacido en Cádiz en 1830 y que después de pasar por la Escuela Normal de Filosofía se licenció en ciencias físico-matemáticas; en setiembre de 1851 obtuvo una sustitución como profesor de álgebra y al poco tiempo su prestigio como matemático le convirtió en catedrático propietario en el Instituto de Oviedo. Aunque completaba este trabajo con la preparación especial de alumnos para carreras militares y facultativas en la «Escuela polimática» o colegio hispano-americano, que él mismo fundó en 1862. También era poeta, por supuesto, y además figura en la historia de la imagen como el introductor en Asturias de la fotografía estereoscópica, precisamente hacia 1870, el año de su polémica con el de Mieres.

Pues bien, Terrero presidía la sección literaria en el Círculo Mercantil e Industrial de Oviedo y quiso poner a prueba el ingenio de su amigo, que entonces ya gozaba de gran fama como versificador, retándole con una carta en la que enumeraba las bondades de su tierra y se mofaba a la vez de las tradiciones, las costumbres e incluso el paisanaje asturiano. Lógicamente Teodoro Cuesta no tardó en responder, y lo hizo con tal acierto que su contestación fue premiada con un reloj de oro que le concedió como galardón aquella institución.

El éxito de aquel duelo fue tal que aquel mismo 1870 hubo que imprimirlo en el álbum literario del Círculo Mercantil y los socios más animosos incluso llegaron a aprenderse las estrofas de memoria para recitarlas en las celebraciones familiares. Cuando habían pasado diez años, los versos seguían tan vivos como el primer día y la prestigiosa Ilustración Gallega y Asturiana volvió a publicar la parte escrita en asturiano por Teodoro.

Seguramente aquello espoleó al matemático que en 1881 cogió otra vez la pluma para escribir desde su tierra una continuación llena de ingenio. Como era de esperar, fue nuevamente apostillado por «el cantor d'Asturies» y finalmente todo se publicó en un librito: «Andalucía y Asturias (polémica en los dialectos andaluz y bable)», acompañado de otras pequeñas composiciones también en asturiano. No hace falta contarles la evolución que desde entonces ha seguido nuestra lengua, pero deben saber que el andaluz, aunque en menor medida, también es reivindicado como idioma propio por algún sector del nacionalismo de aquella región -que haberlos, haylos-, y que la profusión de zetas y de yes, como se llaman ahora estas letras, que Diego Terrero empleó en su texto festivo, se defienden también como seña de identidad de nuestros hermanos del sur.

Lo que debemos buscar es la clave de la tremenda popularidad de estas estrofas, que han vuelto a ser reeditadas en varias ocasiones y cuyos versos vienen salpicando los álbumes de fiestas de nuestros pueblos desde hace más de dos siglos.

Los dos autores confrontaron con habilidad todo aquello de lo que presumen sus respectivas regiones: les fabes contra el gazpacho, el vino de Jerez contra la sidra? el folclore, los paisajes, la historia, incluso la vestimenta. Así definió Diego Terrero a las monteras piconas en su defensa del sombrero cordobés: «eza ezpecie e candiles / que yevan en la cabeza, / y que tendrán mucha gracia, / pero que mí me revientan.»

Y no dudó en criticar hasta el aspecto físico de las asturianas que tanto ponderaba Teodoro: «¿Zon ezas que tiene bocio / y que hay por Mieres y Lena, / toitaz yenaz e collares / pa taparze laz paperaz?»

Seguramente si se escribiese esta broma en nuestros días, tan equilibrados y tan tristes, sería criticada, tanto por incluir a las mujeres en el escaparate del tipismo de los pueblos, como por sumar a la chanza los síntomas de una enfermedad, que entonces abundaba realmente en nuestras aldeas, pero entonces nadie reparaba en estas cuestiones. Por el contrario otras partes del librito resultan más fáciles de asociar con la ironía y de momento no creo que nadie se sienta ofendido por estos versos, aunque algunos se empeñen en tensar esta cuerda: «Cuando jizo dios er mundo / dicen que puzo ezta tierra / en er sitio preferente / jácia su mano erecha / y a Aztúriaz la colocó / como ez naturá a la izquierda, / por ezo la probesiya / ziempre z´encuentra entre niebla / y el jermoso azul der cielo / muy rara vez ze presenta / dos años estuve ahí y zi no zargo m´entierran.»

Aunque la contestación del gran Teodoro a esta cuestión puso las cosas en su sitio:«Guapa to tierra ye, mas a la mía / por muncho qu´espatuxe Andalucía / ¡Ay mialma! Non i allega, y diez Españes / non valen lo qu´escuenden sos montañes.»

No se conoce el caso de que nadie, andaluz o asturiano, tomase a mal estos versos, al contrario, su publicación ayudó en su día a que los dos pueblos se conociesen mejor y aunque hoy la antropología reniega de los tópicos y las simplificaciones a la hora de comprender al «otro», sea éste español de otra región o inmigrante de quién sabe qué país, les aseguro que cuando estas cosas se abordan con humor sirven para romper el hielo y romper la distancia con alguien que la mayor parte de la veces lo va a agradecer. Y se lo digo desde mi trabajo en un instituto en el que conviven alumnos de 15 nacionalidades.

Por su parte Teodoro Cuesta y Diego Terrero mantuvieron su relación hasta el final de sus días. El gaditano falleció primero y el de Mieres le despidió con un poema dedicado a su memoria del que no me resisto a copiar otros 4 versos, porque pocas veces he visto resumido de una forma tan bella el deseo de recordar para siempre al que se va: «Y mientres aliende n'aquisti desiertu / que lluegu dexamus al soplu de Dios / barrúntote vivu, pa mí nun tas muertu, / pos dientro del alma vivimos los dos».

En 1895, la dama negra vino a llevárselo también a él. A pesar de que en aquel momento ya era reconocido como el más grande de los poetas asturianos y de que su entierro fue acompañado por una multitud en la que abundaron los ilustres de la época, pasó sus últimos meses casi en la miseria y se cuenta que antes de morir tuvo que deshacerse de su querida flauta de plata.

Allá donde esté, espero que me perdone por cogerle prestados dos versos para dedicárselos al impresentable personaje con el que empezaba esta página?aunque como seguramente nunca lo va a leer, se va a ahorrar el traductor, ¡Qué suerte tiene!:«y fales por falar, pos en sustancia / cuando falta razón sobra falancia».