Entre los cuentos más celebrados de Edgar Allan Poe está «La caída de la casa Usher», una aventura macabra que sigue sorprendiendo a generaciones de lectores. Nada que ver con lo que hoy les voy a contar, pero he plagiado este título porque se ajusta perfectamente a lo que sucedió con una rama del linaje de los Heredia, que en la Edad Moderna fue de los más poderosos de Asturias y con el cambio de estructuras se fue desprendiendo de sus posesiones en la región. Lo primero, recordarles quienes eran.

En la primera mitad del siglo XVI el apellido llegó a Oviedo traído desde la tierra de Pastrana, en la Alcarria castellana, por Martín Fernández de Heredia, doctor y teniente de corregidor, quién se casó con Ana González de Santillana vinculándose definitivamente a esta tierra. Su hijo Bernardo ya nació aquí y pasa por ser el primero de los Heredia asturianos, por eso sus descendientes le llamaron «el viejo».

Fue también el primero que pudo manejar una fortuna, adquirida por la noble vía de la bragueta al enlazar con Isabel Fernández, hija de un mercader marrano, mote que se les daba -como ya les aclaré en otra ocasión- a aquellos judíos que se pasaron al cristianismo para poder permanecer en España tras el decreto de expulsión de los Reyes Católicos, pero que seguían practicando su religión en secreto. Además, si vemos los apellidos de sus padres, Alfonso Arias de Villaviciosa y Francisca de Páez, vemos enseguida que no coinciden con los de su hija, lo que acabó convirtiéndola, según la mentalidad de la época, en una persona poco despejada; así que no resultó extraño que don Bernardo se alejase de tierras maliayas para buscar nuevos aires en los que iniciar una nueva vida.

En 1545, la pareja empezó a comprar tierras cerca del viejo camino a Castilla, con la seguridad de que iban a multiplicar su valor y comenzó la construcción de una casona que sirviese de solar a su descendencia, erigiendo a la vez su propia ermita que dedicaron a la Sagrada Trinidad, siguiendo la devoción de sus ancestros castellanos. El lugar elegido fue Villarejo, en una campa producida por un gigantesco argayu que había cubierto hacía mucho tiempo el primitivo Santullano, y en enero de 1587, su hijo Alonso obtuvo de Felipe II la autorización para fundar allí un mayorazgo que incluía varias casas y heredades en Oviedo, Aller, Lena y sobre todo en las cercanías de Ujo y los valles de Cuna y Turón.

Desde ese momento la familia fue ampliando la propiedad y mejorando su arquitectura a la vez que adquiría otros edificios nobles por el resto de Asturias. En 1675, también por vía matrimonial, se hicieron con la casona de Doriga, en Salas, cuyas tierras daban el doble de producción que las que ya tenían en la Montaña Central y en 1714 José Miguel de Heredia, de nuevo por casamiento, añadió otra casona ilustre que había sido solar de los Faes en la parroquia de San Félix de Hevia, en Siero, sumando además a su patrimonio la fortuna de su poseedora Margarita de Faes y Cienfuegos.

José Miguel, que ya había nacido rico en Villarejo, acumuló de esta manera un capital enorme y se fue a residir a Oviedo, donde las generaciones que le siguieron buscaron una nueva residencia que fuese el escaparate de su categoría. La encontraron en un gran edificio levantado en la plaza de la Catedral por la familia Miranda, y que su último dueño, el marqués de Valdecarzana ya no habitaba, por lo que se encontraba en estado de ruina. El canónigo José Froilán de Heredia se hizo con el palacio y lo aforó en 1768 para sus sobrinos que se habían quedado huérfanos, encargando al prestigioso arquitecto Manuel Reguera una gran reforma cuya conclusión no llegó a firmar porque ambos acabaron enemistados antes de que finalizasen las obras.

De esa forma, a finales del siglo XVIII, la familia vivió sus mejores momentos, rivalizando en Mieres con los Bernaldo de Quirós, dueños entonces del Palacio de Figaredo, junto al que pasaba el camino que llevaba a la iglesia de Santa María por el que debían transitar los Heredia para ir a misa, hasta que sus adversarios para humillarlos construyeron sobre el mismo una arcada con habitación para que se viesen obligados a pasar bajo sus nobles posaderas.

Sea o no verdad esta historia, el caso es que los de Villarejo pelearon por darle la categoría de parroquia a su templo y no tener que hacer el camino marcado por sus vecinos y en 1665 la ermita de La Santísima Trinidad mejoró su rango eclesiástico y quedó autorizada para la celebración de los sacramentos, aunque siguió sin poder llevar sus propios registros.

Sin embargo un siglo más tarde, aunque el apellido se mantuvo entre la élite de la región, sus residencias se les quedaron grandes y se fueron desprendiendo de todas ellas. Y eso, a pesar de que contaron con una figura importante en la política nacional, el coronel Antonio Fernández de Heredia, vizconde del Cerro, quien en 1843 formó parte de la Junta Suprema de Asturias, presidida por Álvaro Flórez Estrada y fue diputado a Cortes en cinco ocasiones por las provincias de Oviedo y La Coruña, concejal en Madrid, gobernador en Navarra, Álava, La Coruña y Granada; introductor de embajadores y maestro de ceremonias de la Casa Real de Amadeo I de Saboya.

Sea porque paraba poco por Asturias o porque necesitaba efectivo para mantener su tren de vida, el caso es que don Antonio decidió su venta. En 1856 el palacio de San Félix con todos sus bienes fue comprado por el avilesino Benito de Maqua, que había hecho fortuna en México y fue el padre del primer marqués de San Juan de Nieva, que es hasta el momento el último título nobiliario concedido en Avilés y fue otorgado en junio de 1893 por la reina María Cristina de Habsburgo, regente durante la minoría de edad de su hijo don Alfonso XIII.

Dos décadas más tarde, en 1874, vendió también el palacio de Villarejo con la ermita de la Trinidad a otra familia que tampoco era noble pero tenía dinero fresco. Si en Avilés el comprador había sido un indiano, en Mieres fue un empresario minero, simbolizando así el cambio de poder económico en una región en la que la vieja nobleza rural empezaba a quedar relegada por la burguesía capitalista.

Y por último, también se deshizo del fantástico palacio de Valdecarzana, que se dedicó a casino hasta la época de la II República y actualmente es la sede de la Audiencia Territorial de Asturias luciendo en su fachada un gran escudo de la familia Heredia en el que Hércules aparece junto al león de Nemea para mostrar la antigüedad y nobleza de este linaje.

Antonio Fernández de Heredia se había casado en 1840 en Hondarribia con María de la Concepción Pérez de Tafalla y Zuloaga, condesa de Torre Alta y tuvo con ella cinco hijos. El primero, Francisco de Asís, heredó el título de su madre y otro, José María Fernández de Heredia y Pérez de Tafalla, nacido en 1855, el de su padre, pasando a ser el nuevo vizconde del Cerro de Las Palmas.

Este personaje fue el prototipo de señorito de su época, recibiendo sangre ilustre por todos sus apellidos y educado en unas formas que ya estaban fuera de su tiempo. Se casó en 1884 con Maria Concepción Gaytán de Ayala y cuando falleció en San Sebastián en 1925 había dilapidado su patrimonio en las salas de juego. En 1890, una de sus malas rachas culminó con la venta del último palacio de los Heredia en Asturias, el de Doriga. No es difícil que supongan que se lo quedó otro indiano: en esta ocasión fue Juan Fernández Bao, de Grado, quién se había enriquecido con el tabaco cubano y para demostrar su poderío económico lo reformó adecuándolo a los nuevos tiempos, con todas las comodidades, trayendo incluso un inmenso cuarto de baño comprado en la Exposición Universal de París de 1900, del que se contaba que solo había dos modelos; uno estaba en Doriga y el otro lo tenía la familia real.

Como acabamos de ver, los Fernández de Heredia, que habían llegado de Castilla, acabaron vinculándose al País Vasco y ahora si los historiadores quieren profundizar en estos curiosos episodios que les acabo de contar deben desplazarse hasta el archivo de la Casa de Zabala en San Sebastián, hasta donde se llevaron por vía matrimonial los considerables fondos documentales de la familia. Allí se conserva todo lo relacionado con la administración de las casas de Villarejo, Valdecarzana, Dóriga y San Félix de Hevia y también con la vida y la actividad política de Antonio Fernández de Heredia y Valdés. Esta es solo una página semanal sin más pretensiones que divulgar lo nuestro, pero allí hay suficiente material para varias tesis doctorales.