Hay coincidencia en que La Unión Europea atraviesa la crisis más grave desde su fundación. La peligrosa encrucijada en que se encuentra Grecia -y, en menor medida, otros países europeos- para afrontar su futuro inmediato contrasta con la representación que se hace de Europa en la milenaria mitología griega: una matrona magníficamente ataviada que lleva en sus manos un cetro y el cuerno de la abundancia. Y el presidente Sarkozy acaba de manifestar que Europa es la más bella construcción que el hombre haya hecho jamás. Una nueva versión de una Europa munífica y sublime. Pero la Europa real (o la Unión Europea) es bien distinta. Muy vulnerable, está constituida por un conjunto de países desiguales y diversos geográfica, económica, política o culturalmente. Una jerarquía tutelada por las naciones más ricas y poderosas, principalmente por Alemania y Francia. Así, entre cumbres que no cesan y poco resuelven, tutelas, controles, recortes, desempleo y pobreza crecientes, el relativo bienestar europeo aparece cada vez más amenazado en un mundo sometido a cambios vertiginosos.

En tales circunstancias no deja de ser significativo que la nación con mayor bienestar del mundo no pertenezca a la Unión Europea. En dos referendos, sus ciudadanos votaron en contra de la integración para proteger la soberanía y su tradicional modo de vida. Se trata de Noruega, que ha encabezado un año más el Índice de Desarrollo Humano (IDH) difundido días pasados por la ONU. Ese índice tiene en cuenta los ingresos, la esperanza de vida y el nivel de la educación en cada país. Con una superficie de más de la mitad de España y sólo cinco millones de habitantes, combinando la libre empresa y un importante sector público y conciliando el individualismo de los antiguos granjeros y pescadores con la idea de un proyecto nacional común, Noruega es el país que mejor ilustra el Estado de bienestar sobre el que tanto se divaga últimamente.

En primer lugar, como bien apunta Jesús Rodríguez, la ética del trabajo inculcada desde la niñez tiene mucho que ver con el llamado milagro noruego. A esto debe añadirse la proverbial austeridad de una población en la que el lujo y la ostentación están considerados como pecados cívicos. Su alto nivel de vida se explica también por una gestión escrupulosa y eficaz de los recursos naturales y de los ingresos fiscales. Es la norma de una administración pública transparente y fiable. Así, los fabulosos ingresos del petróleo, gestionados por empresas estatales, alcanzan a toda la sociedad, y no benefician a una casta privilegiada y opaca como en otros países. El ministro de Economía Johnsen anticipa al respecto que, cuando el petróleo empiece a declinar, «ya habremos construido algo para reemplazarlo».

El problema más grave de esta silenciosa potencia nórdica es integrar plenamente a su alto porcentaje de inmigrantes. El mortífero atentado del pasado mes de julio y el espectacular crecimiento del extremista Partido del Progreso han venido a perturbar las pautas políticas de una sociedad tradicional y cerrada como la noruega.

Como antídoto, los noruegos han construido un tipo de sociedad donde las diferencias que separan a los ricos de los pobres son muy pequeñas, pues creen que la desigualdad es uno de los factores que corrompen a las sociedades desarrolladas. Por eso, y a pesar de la que está cayendo, Noruega es hoy una de las naciones que mejor funcionan del mundo.