Las cosas como son. ¿Quién coño me manda meterme en berenjenales allende los mares, sobre todo, como respuesta a la suya, afirmando que de morirse na de na? En el fondo, si se fijan, al margen de que sea buen o mal gobernante en su país, el tipo en sí es célebre o, si quieren, mejor celebérrimo. Su elocuencia, a la par que sencilla, le delata, porque esa facilidad de palabra no le acompleja por muchas barbaridades que dijo, dice y seguirá diciendo. Pero la cosa es que don Hugo se enteró a través de su amigo y también presidente Correa, pero en este caso de Ecuador, que el periódico «ABC» español traía la noticia de que le quedaba un año de vida. Las mismas fuentes informantes para España afirman que Chávez tardó en reaccionar un tiempo hasta que salió a la palestra a desmentir tal cosa. Lo más genial es una fotografía de él mismo, donde muestra un librito azul en el que se lee perfectamente «Constitución de la República Bolivariana de Venezuela», que yo, al principio, bien pensé que era algo así como un famoso libro religioso, «El Kempis» o «Iniciación de Cristo». No, no es por nada, porque el presidente en cuestión tiene salido en su televisión con el rosario en la mano, así que...

La enfermedad del repetido presidente no puede estar más clara, sea la que sea. Desde hace un tiempo presenta una hinchazón de cara y cuerpo que no denota salud precisamente. Fue a buscar cura a Cuba -¿iría a pedirle algo, no precisamente a su amigo Fidel, sino a rezarle a la patrona de aquel país, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre?- y parece no haber encontrado el plácet en la medicina de aquel país, puesto que ahora se habla de que va a Rusia con un nuevo tratamiento de choque. Pero la historia, la suya personal, es que tiene un pánico a moverse de la butaca con eso de «el que fue a Sevilla perdió la silla». Así que ahí lo tiene usted esperando..., no sé a qué, seguro a que a perro puesto esperando que se celebren las próximas elecciones. Y es que esto de morir fuera de la cama de uno...

Entre tanto el señor Chávez se va o no a Rusia en busca de mejor medicina, a mí me vino a la cabeza aquella célebre anécdota del orgulloso señor que paseaba por uno de los caminos del cementerio. Cuéntase que una mano aparecía inquieta a través de la rendija de una sepultura, a la par que una lejana voz -claro, nunca mejor dicho, de ultratumba- parecía escucharse por el mismo boquete: «Eh, que estoy vivo». El mencionado fatuo paseante bajó ligeramente la vista, le solmenó una buena patada a aquella nerviosa mano, respondiéndole: «¡Tú no estás vivo! Lo que estás es mal enterrado».

Sin duda alguna, es un mal chiste para contarle ahora mismo al presidente de la República Bolivariana, pero sí que le valga como respuesta a eso de no querer morirse tan joven y, cómo no, tan presidente.