Los primeros pasos a favor de la energía nuclear en España se dieron en 1945 cuando el gobierno franquista decidió impulsar la búsqueda de uranio en la península. Tres años más tarde se creaba la Junta de Investigaciones Atómicas y en 1951 la Junta de Energía Nuclear ya planteó la construcción de centrales. Franco inauguró la de Zorita en 1968 y pronto vinieron Santa María de Garoña en Burgos y Vandellós en Tarragona.

A comienzos de la década de los 70 ya había 113 reactores nucleares operando en el mundo y, sumándose a la moda de las grandes potencias que competían por acumular armamento atómico, el Ministerio de Defensa pensó seriamente en seguir ese camino, planeando incluso realizar una prueba en el desierto del Sahara español, que afortunadamente se quedó en una quimera.

En paralelo, en 1972 se constituyó la Empresa Nacional del Uranio S. A. (Enusa) con el objetivo de investigar las posibilidades de los yacimientos de este mineral en la península. Un año más tarde, los españoles se unieron a otras entidades de Francia, Italia, Bélgica y Francia en la firma Eurodif para levantar una planta de enriquecimiento de uranio en la llanura de Tricastin, en el valle del Ródano, donde ya habían comenzado las actividades relacionadas con la energía nuclear con fines militares en la década de 1960.

Para 1979 el número de reactores ya se había duplicado y la producción eléctrica era el triple. Tricastin acabaría convirtiéndose en la segunda zona nuclear más extensa de ese país y la planta "Georges Besse" de Eurodif alcanzó su capacidad de producción nominal en 1982, con 11 millones de unidades de trabajo de separación (UTS) anuales, según dicen las estadísticas que me limito a transcribir sin pretender explicarles más datos técnicos que, como supondrán, desconozco.

El caso es que la planta estuvo funcionando de forma ininterrumpida hasta que fue reemplazada por una factoría más moderna en junio de 2012 y durante ese tiempo se mantuvo como un pilar estratégico para la producción eléctrica francesa.

Evidentemente eran otros tiempos, los movimientos ecologistas aún estaban en mantillas y la población no conocía los riesgos de este tipo de actividades, por eso en la Montaña Central nadie puso pegas a la colaboración con la energía nuclear francesa. Al revés. Para verlo vamos a remontarnos hasta el día 11 de febrero de 1975, cuando faltaban pocos meses para que todo cambiase con la muerte del dictador.

Era sábado y los lectores del diario ABC en las cuencas mineras seguían la información habitual sobre los conflictos laborales que se multiplicaban por todas partes: no había variaciones en el paro de una parte de la compañía eléctrica de Langreo donde 80 hombres pertenecientes al personal de turno único del total de 360 que componían la plantilla llevaban varios días a la puerta de la factoría principal de la empresa demandando mejoras salariales sin promover incidente alguno con el resto de los compañeros de producción que desarrollaban su actividad con normalidad.

Hasta este punto en aquella columna no había nada que llamase la atención, pero en los dos últimos párrafos que la seguían se anunciaba una buena noticia para la cuenca del Nalón: "acaba de saberse que en los talleres de Barros, donde entre otras piezas importantes se construyen las torretas de los más famosos carros de combate utilizados por el Ejército español, va a realizarse, asimismo una parte de la primera planta europea de enriquecimiento de uranio, que es, precisamente, una serie de complicada tubería, cuya finalidad es el filtrado de materiales radiactivos. Este complejo de filtración será parte de la primera planta de enriquecimiento que se instalará en Marsella".

Ya ven como cambian las cosas. Si ese anuncio se hiciese ahora no tardaría un momento en dividir a la sociedad del valle que debería optar entre la defensa de los puestos de trabajo o la renuncia a colaborar con el peligro nuclear. Pero entonces nadie se planteaba esas cosas y en Duro Felguera se acogió la novedad con esperanza y alegría.

El proyecto llegó a la Montaña Central como resultado del desenlace de la subasta convocada por la empresa promotora de la planta francesa y estaba previsto que las piezas fabricadas en Langreo importasen mil ochocientos millones de pesetas y creasen inicialmente trescientos nuevos puestos laborales. A cambio la empresa debió invertir para adecuar sus plantas de fabricación a los nuevos fines unos trescientos cincuenta millones.

Aquella participación en la construcción de equipos para la planta de enriquecimiento de uranio de Eurodif situó a Asturias en el mercado internacional de bienes de equipo y abrió un nuevo segmento de actividad que dio mucha riqueza al valle del Nalón, pero siguiendo la tónica de la transición los conflictos laborales también acompañaron su historia.

El 20 de febrero de 1978, los dos mil quinientos trabajadores de las factorías de Gijón, La Felguera y Barros, dejaron su trabajo durante cinco semanas adobando sus demandas con manifestaciones, encadenamientos en la vía pública y las acciones que en la época de la transición siempre acompañaban a los paros.

Su principal reivindicación era la inclusión como conceptos fijos del salario de cantidades que hasta aquel momento tenían carácter de primas y nunca se negó que se había decidido la estrategia de mantener la huelga a sabiendas de que el tiempo jugaba a su favor, ya que si la firma Duro-Felguera se retrasaba en la entrega de los productos que había comprometido para la planta nuclear de Eurodif, tendría que sufrir una cuantiosa penalización.

Otro conflicto se registró el 28 de febrero de 1980. Aquel día, a las siete menos cuarto de la tarde, la Policía Nacional tuvo que desalojar a 93 trabajadores de Duro Felguera, que habían ocupado de forma pacífica, la agencia consular francesa situada en un edificio de dos pisos en la dársena de Gijón.

En aquella ocasión los sindicalistas asturianos reivindicaban la integración de la plantilla de una filial gallega en Duro Felguera. Se trataba de CENSA, una empresa viguesa con 449 empleados que estaba en suspensión de pagos. Ya ven ustedes qué lejos nos quedan ya esas luchas.

Aquella orden de desalojo, dada por el gobernador civil de Oviedo con la autorización del cónsul general francés, se efectuó sin incidentes, y los revoltosos fueron trasladados a comisaría. Entre ellos había dirigentes de la corriente que entonces encabezaba dentro de Comisiones Obreras el Movimiento Comunista; militantes de otros partidos extraparlamentarios; disidentes del PCE y algunos cenetistas y ugetistas a título personal. Uno de sus representantes manifestó a la prensa la razón por la que habían elegido aquel lugar: "hemos pensado en ocupar el consulado de un país que tuviera alguna relación con Duro Felguera. Nos servían Irlanda, México o Francia. Hemos optado por este último país porque es el único de los tres que tiene consulado en Gijón. Duro Felguera realiza obras para la empresa francesa Tricastin. Nuestro objetivo es dar la máxima difusión al conflicto".

Actualmente, la energía nuclear se mira con lupa en todo el mundo y se fomentan las energías renovables. España todavía cuenta con ocho centrales en funcionamiento que según Greenpeace tienen una edad media de 29 años aunque se diseñaron inicialmente para una vida útil de 25-30 años y entre ellas sigue activa la de Garoña, con 41 años, que es una de las más viejas de Europa. Sin embargo parece que Francia sigue resistiéndose a cerrar este capítulo en el que nosotros escribimos algunos renglones.