En 1984, un grupo de jóvenes interesados por la historia de Mieres legalizamos la asociación "Nimmedo Seddiago". Este es el nombre de una divinidad indígena que figura en una de las lápidas romanas aparecidas en Ujo. Entonces aún no sabíamos que unos años más tarde, tras una observación más detallada, habría que añadir una A que aparecía borrada al principio de la segunda palabra, convirtiéndola en "Aseddiago".

Nos reuníamos en El Fuelgu, el bar que regentaba Leo Sáiz en el mismo Ujo, la localidad que él no ha parado de estudiar desde entonces. Allí también estaba Pilar Fidalgo Pravia, una de las pioneras de Conceyu Bable y puntal desde 1990 de la Academia de la Llingua; Alberto Montero Prieto, cronista del valle de Cenera y autor de publicaciones imprescindibles sobre las cosas y los linajes de esta tierra; Gausón Fernande, quien al contrario que el dios de la lápida, en vez de ganar una letra, perdió la Z de su apellido en el camino que le ha llevado a ser uno de los expertos más reconocidos en la cultura popular y las tradiciones asturianas; y Miguel Ángel Castañón Prieto, amigo de los que se cuentan con los dedos de una mano y compañero en aquellas salidas inolvidables para catalogar los castros del concejo de Lena.

El último era yo, publicando como podía, en álbumes de fiestas y revistas a ciclostil -gloriosa máquina, cuyo conocimiento ya se ha perdido en la noche de los tiempos-, hasta que José Luís Argüelles me ofreció hacer una serie en LA NUEVA ESPAÑA sobre los principales elementos del patrimonio material de nuestras cuencas mineras, que acompañando a Assediago y Gausón, también actualizaron su nombre y ahora se llaman Montaña Central.

La primera entrega salió el 27 de mayo de 1998 y, con la venia de ustedes, ya no he parado. Ahora aquella tarea ya sería imposible. Primero visitaba cada lugar para entrevistar a quienes suplían con su conversación lo que no aparecía en los archivos y luego José Ramón Silveira y Marcos Vega se ocupaban de las fotografías, respectivamente en los concejos del Caudal y del Nalón. La máquina de escribir y el tipex eran la tecnología más avanzada cuando aún no se podía soñar con que algún día las mejores hemerotecas del país iban a estar a disposición de cualquiera con solo apretar una tecla.

Creo que esta serie, que ya sólo puede encontrarse en los archivos, seguramente fue la más interesante de las que he hecho, porque sin darme cuenta, estuve asistiendo a los últimos momentos de muchas de aquellas casonas y palacios, que acabaron reformándose completamente para convertirse en hoteles o restaurantes perdiendo en esta mudanza su identidad.

Ochenta monumentos después, se presentó el fin de milenio y recibí el encargo de hacer la historia del siglo XX en Mieres, también a entrega por semana. Por despiste empecé en el año 1900 para acabar en el 2000, así que me salió un siglo de 101 años, pero creo que el resultado no fue malo.

Luego vinieron las biografías de sus protagonistas, con los correspondientes retratos que acompañaba Alberto Vázquez, y finalmente, desde 2005, estas Historias Heterodoxas, que ya forman parte de mi vida. Tengo la inmensa suerte de que nadie me haya censurado nunca en esta tribuna; cuento con Alfonso Zapico, el mejor dibujante de este país, para ponerles cara a mis personajes y ahora además me dan un premio por hacer algo con lo que disfruto. ¿Qué más puedo pedir?

Volviendo a "Nimmedo Seddiago", nuestro referente era Benjamín Álvarez "Benxa", de quien yo aprendí que lo mismo que la tierra debe ser para quien la trabaja, la Historia también pertenece a los pueblos que la protagonizan y no debe quedar en manos de aquellos que la torturan como si fuese una cobaya de laboratorio.

La enfermedad ya no dejaba a "Benxa" salir de casa, por lo que tomamos el acuerdo de llevarle hasta su domicilio de Oviedo una placa con el reconocimiento de todo el grupo. Gausón y yo fuimos los encargados de la misión, lo que originó una anécdota que no me resisto a contarles. En aquella época, cada uno buscaba su identidad con la exageración que marca la juventud. Gausón, asturianista, vestía habitualmente como si el único escenario del mundo fuese el "mercaón" de Cabañaquinta, boina incluida, yo imitaba la estética de los republicanos de los años 30, con chaleco y pajarita permanente, y de esta guisa coincidimos los dos en la parada de la Empresa Fernández.

Como si fuésemos la extraña pareja recorrimos las calles de la capital buscando la dirección del homenajeado y llegamos hasta su puerta. "Benxa" estaba en su habitación y su mujer, que esperaba la visita, nos abrió la puerta. Después de mirarnos de arriba abajo, suspiró antes de decirnos con resignación: "Tened cuidado, que está muy malín".

"Benxa" murió poco después sin que nadie le haya hecho un homenaje ni una placa en La Pasera recuerde su nombre. Antes que él, su padre Manuel Álvarez, Fausto Vigil "Ego" y Juan Antonio López "Juan Íbero", se ocuparon de la historia de Mieres. Luego lo hizo Julio León Costales y ahora somos otros quienes seguimos el mismo hilo intentando mantener la memoria de este concejo.

Tras unos años de incuria, no corren malos tiempos. Es cierto que el mejor archivo vivo de nuestro siglo XX, José María Pellanes, ha perdido la memoria, pero aún nos quedan testigos, como Florentino Romero, que nos sorprenden con sus conocimientos sobre episodios y personas. Menudean las publicaciones y existen magníficas páginas de Internet que por fin van recogiendo nuestro pasado.

La tertulia "Mieres por el camín" aviva cada semana esta llama; la asociación "Santa Bárbara" defiende y recupera las huellas de la industrialización y la minería; Amadeo Gancedo nos recuerda cada domingo en este mismo diario quiénes somos y existen buenas iniciativas, como la de José Ramón Viejo, quien se encarga de salvaguardar el abundante material fotográfico que se reparte por esta villa.

Pero hay un dato preocupante: los investigadores jóvenes se ocupan de horizontes más amplios olvidándose de lo más inmediato, repitiendo la leyenda de aquel guerrero medieval que partió para recorrer la cristiandad en busca del Santo Grial y no se enteró de que lo tenía en las manos el mendigo que estaba pidiendo a la puerta de su castillo.

Cuando yo salí de la Facultad de Geografía e Historia lo hice con esa misma idea de que el mundo se movía gracias a las decisiones de los grandes hombres y a la habilidad de los generales. Aquellos estudios me sirvieron para ganarme la vida -lo que no es poco-, y también me dieron las técnicas necesarias para la investigación, pero tuve que aprender por mi cuenta que la Historia se hace desde abajo y que en este edificio que llamamos España cada pueblo es un ladrillo, de manera que cuando colocamos uno en falso toda la construcción se acaba resintiendo.

De aquí la importancia de guardar las fuentes de información local. Un ejemplo está en octubre de 1934. A pesar de los cien libros que he leído sobre el tema, los testimonios más valiosos me los dieron los veteranos que se sentaban en el parque Jovellanos. El tiempo ha podido con ellos. Siento la frustración de no acabar de comprender bien los detalles de este periodo, porque aún voy encontrando novedades que me siguen sorprendiendo.

A veces me preguntan por qué no publico estas crónicas en un libro. Lo haré alguna vez, cuando pierda las ganas de escribir. Me gusta contar historias para que se consuman en fresco, acompañando el vermú o el café; supongo que cuando un día me canse acabaré enlatándolas, pero de momento aún no siento esa necesidad. Si a pesar de todo han decidido concederme en este 2016 el galardón de "Mierense del año" -que para mí es entrañable por varias razones-, me siento honrado y se lo agradezco de todo corazón, pero les confieso que el mejor premio es que ustedes me sigan leyendo.