Barriada minera de Murias. Mercedes Caíñas abre la puerta. La casa es humilde, limpia, con un mueble grande en el salón. En la estantería hay una colección de fotos: aparecen una mujer de pelo rubio y rizado y un hombre muy guapo, vestido de camisa blanca. Son Ana Isabel y Jorge, hijos de Mercedes. "Ahí falta una foto", dice a la espalda de los visitantes que miran las imágenes. Falta la foto de su primera hija: María del Carmen Hevia Caíñas. Nació el 6 de mayo de 1957, en el hospital de Murias (estaba gestionado entonces, en parte, por una congregación religiosa). Cuando tenía tres días de vida, una comadrona le dijo a Mercedes que su bebé había muerto "del mal azul". Esa afirmación, que aquella joven angustiada aceptó sin reservas, fue desdibujándose con el paso del tiempo. Ahora ha emprendido una de esas batallas que sólo libra una madre: demostrar que su hija fue robada y entregada a otra familia. Ya sabe que ni hay certificado de defunción de su bebé, ni consta el enterramiento en el cementerio. Mercedes fija la mirada en el mueble y levanta el mentón: "Les he dicho a mis hijos que tendrán que compartir la herencia". Dibuja una sonrisa de esperanza.

La sonrisa, se sabe enseguida, es marca de la casa de Mercedes Caíñas. También un umbral alto para el sufrimiento. Tenía 21 años cuando se puso de parto de su primera hija: "Bajé con un candil desde Lladreo, donde vivía, y cogí un taxi para ir a Murias. El taxista bromeaba conmigo, decía que era mentira que fuera a parir porque no me quejaba nada". En unas horas, dio a luz a una niña "preciosa y grande". "Lloraba fuerte cuando la sacaron, pero casi no la vi", explica Mercedes.

La vio al día siguiente, 7 de mayo de 1957, cuando se la llevaron para que le diera el pecho. Dice Mercedes Caíñas que "la nena se cogió al pecho muy bien, comía con ansia. No parecía que estuviera nada mala". Pero la enfermera no dejaba de gritarle: "Mira, ¿no ves que la nena se ahoga? Tienes que soltarla para que la llevemos". Fue la última vez que vio a su hija. Su compañera de habitación, que no estaba de parto y podía caminar, volvía del nido cada poco tiempo y le decía que la niña "tenía cables por todo el cuerpo y estaba sufriendo". Ahora, Caíñas cree que aquel bebé no era su hija.

En este punto de la narración, aprieta los labios: "¿Cómo iba a saber ella si aquella criatura era la mía? Ella repetía lo que le habían dicho. Porque yo cuando la vi no tenía cables ni nada, es imposible que fuera la mi nena". Al día siguiente, la comadrona que la había atendido en el parto entró en la habitación. Se sentó en la cama, cogió a Mercedes de la mano y le dijo que la niña había fallecido.

-Dale un nombre, que no quede mora (que la niña no quedara sin bautizar).

Mercedes, sola en aquella habitación, agarró una estampa de la Virgen del Carmen que había en la mesita. "La nena se llama María del Carmen", acertó a decir. Recuerda lágrimas, y una caja pequeña en la que guardaron el cuerpo que les entregaron. El marido de Mercedes Caíñas, Víctor Hevia, y su madre llevaron la caja al cementerio y se la dieron al enterrador. Intentaron enterrar también la pena, pronto nacieron Isabel y Jorge. La pareja, "y un angelín en el cielo".

Piezas que faltan

No había tierra que tapara los recuerdos de Mercedes. Y cuanto más pensaba, menos le cuadraba su historia. Tenía en la cabeza un puzzle incompleto. "Mi madre me confesó, años después, que lo que habíamos enterrado no parecía un bebé. Que era como un feto aún sin formar", afirma. Esa era la pieza que faltaba : "Supe entonces que mi hija nació viva, y que me la cambiaron por un feto para que lo enterrara". Una tarde en casa, ella y su marido vieron en la televisión una noticia sobre bebés robados. "Víctor, yo creo que a Mari Carmen me la robaron", dijo Mercedes. Y él, que era muy bueno pero testarudo, le replicó que era imposible porque él había enterrado a su hija. "Calla la boca", le repetía cada vez que ella sacaba el tema. Víctor Hevia falleció en mayo.

Mercedes enterró a su marido y se hizo una promesa: no despedir a otro ser querido sin saber la verdad. Se lo dijo a sus hijos, que la abrazaron fuerte y le dieron todo su apoyo: "Son maravillosos, la pena más grande que tengo es que no los vaya a conocer", dice emocionada. Ha dado pocos pasos en su investigación, pero el camino reafirma sus sospechas. "No hay ningún certificado de defunción", afirma. El último trámite que hizo fue solicitar, en el juzgado, el registro sobre los enterramientos en el mes de mayo de 1957. No consta ninguna inhumación en la fecha concreta, sólo hay tres enterramientos durante ese periodo en el cementerio. "Lo siento", le dijo la joven que atendió a Mercedes durante la tramitación. Su respuesta dejó helada a la chica:

-Pues no lo sientas, cielo, que yo quiero que esté viva.