Lloviera, nevara o bajo un sol de justicia. Todos los días la allerana Sofía Manso, de 101 años, hacía un viaje de una hora por Oviedo para visitar a su hijo en la residencia Trisquel. Jesús "Chusín" Argüelles sufrió una meningitis a los nueve meses de edad. Le dejó secuelas para siempre: perdió la vista, la movilidad y nunca aprendió a hablar. Pero seguro que sabía que, bajo ese cuerpo menudo de su madre, había un corazón grande que era todo para él. Chusín Argüelles falleció hace unos días, a los 71 años, tras una larga lucha. Su madre nunca le soltó la mano.

"Está destrozada, pero sabemos que saldrá adelante", aseguran los familiares de Sofía Manso. Creen en una fuerza que parece infinita. Se casó a los treinta años y, poco después, nació su hijo. "Un nenu precioso, la verdad", aseguró a LA NUEVA ESPAÑA cuando narró su historia, en enero de 2016. Cuando Chusín Argüelles enfermó, ya le dijeron que "quedaría mal". Ella lo cuidó mientras pudo, pero "creció mucho y ya no podía tirar por él. También se me escapaba de casa y tuve que buscar un sitio donde me lo atendieran, que me ayudaran con todo".

Probó en algunos centros, hasta que encontró el que mejor se adaptaba a las necesidades de su hijo: la residencia Trisquel, de la Fundación Docente de Mineros Asturianos (Fundoma). No le importó que estuviera lejos de casa. Desde su ingreso, Sofía Manso pasó cada tarde con él: "Después de comer, ya empiezo el viaje para ir a verlo", decía. Desde Ciudad Naranco, caminaba hasta Fray Ceferino. Allí cogía el autobús que la llevaba hasta la residencia, con sede en el antiguo orfanato minero. Todos conocen allí a Sofía Manso, muy querida entre los trabajadores.

Algunos la llaman "madre coraje". Sus familiares la apoyan en estos momentos tan duros, esperan que pronto recobre la sonrisa que siempre tiene a mano para animar a los que la rodean. Escuchando su historia, resultaba casi imposible no pedirle un consejo: "Las penas que te llegan tienes que vivirlas, no vale con llorarlas". Así habla una madre de diez... por diez.