Escritor, publica Escenas de la vida de Annie Ernaux

Moisés Mori ha convertido sus libros sobre escritores (Turguéniev, Büchner, Kadaré) en un espacio híbrido en el que tienen cabida géneros tan diversos como el ensayo literario, la biografía, la prosa poética y la crónica. En Escenas de la vida de Annie Ernaux, su último trabajo, ese espacio se abre también a la autoficción, pues el cangués se deja contaminar por la escritura autobiográfica de la narradora francesa y permite que un yo comentarista, que es y no es el yo autoral, dialogue texto a texto con la obra singularísima de Ernaux y quede afectado, en lo personal, por el empeño de ésta de cruzar su vida con el análisis social.

-Descubre a Annie Ernaux por azar, lee toda su obra en tres años y luego le dedica un libro de 800 páginas. ¿Qué puede hacer tan duradera una pasión lectora?

-Nunca se sabe. Lo que a mí me impulsa a escribir son las implicaciones, y no sólo las literarias, de una determinada escritura. En el caso de Annie Ernaux, hay un discurso netamente autobiográfico y yo quería reflexionar sobre él, sobre lo que tiene de verdad y de mentira, pero también acerca de algunos episodios de su vida que ella relata y en los que aborda asuntos como el aborto, los celos, la enfermedad, la muerte?

-¿Por qué eligió la fórmula del diario de lecturas y no la del ensayo convencional? ¿Es que necesita ir escribiendo sobre lo ya leído para poder seguir leyendo?

-Elegí esa fórmula por una intuición. Cuando leí «El acontecimiento», la narración que me descubrió a Ernaux, pensé inmediatamente que tenía algo que decir sobre el libro y, si no, hacerme algunas preguntas a partir de él. En ese momento decidí que iba a emprender una doble tarea: leer su obra e ir escribiendo lo que esa obra me parecía.

-Lo normal es leer, no escribir, decía Gil de Biedma; usted, en cambio, parece decirnos que algunas formas de leer reclaman manifestarse por escrito, pero sin quedar reducidas a lo ensayístico o lo biográfico. ¿Es así?

-Es así, es verdad, pero podría decir lo mismo de los libros que escribí sobre Turguéniev o Kadaré. Mi objetivo nunca es escribir un estudio, aunque en este libro haya partes con un estilo ensayístico expreso. Yo aspiro siempre a añadir algo más a lo que sería un ensayo convencional. En «Estampas rusas» había una línea lírica, y aquí ese «algo más» es un juego con el género autobiográfico o, incluso, la autoficción: la escritura autobiográfica de Ernaux da pie a la mía. Por eso el libro avanza en un doble frente: el comentario de la obra de Ernaux, su escritura autobiográfica, y el relato, de menor relieve textual pero más intenso, del comentarista, que va desvelando aspectos de su propia vida.

-Sin embargo, esa manifestación escrita queda a expensas de la escritura de otro. ¿Cómo consigue su independencia, cómo alcanza su estatuto literario?

-Es muy difícil, claro, pero a mí nunca me ha apetecido escribir para estudiar a un autor; me apetece escribir para hacer literatura; los estudios que los haga otro. Como crítico, siempre he echado de menos poder decir «yo», porque creo que la crítica gana cuando se emplea la primera persona. En este libro decidí que iba a decir «yo» cuando me diera la gana. Y, sin embargo, ese yo del comentarista tarda mucho en aparecer y, cuando lo hace, en la página 695, es bajo el nombre de Moisés M., que soy yo y no lo soy, tiene cosas mías y otras inventadas. Es mi pequeña contribución a la autoficción.

-Ernaux nos cuenta su vida. Es obsesiva y notarial, muy inquisitiva con lo suyo y lo de los suyos. Sin embargo, aspira -ella lo dice- a la revelación, a la epifanía. ¿Lo referencial, la crónica sociobiográfica como forma de conocerse a uno mismo?

-Parece una contradicción. Ella dice que aspira a que su yo se disuelva en la vida de los otros, habla de transustanciación, pero a mí me resulta difícil entenderlo, me suena a música celestial. Y sí, es muy obsesiva, cuenta su vida repetidamente, los mismos sucesos desde distintos puntos de vista. Pero también mi libro es obsesivo, aunque no relaciono sus obsesiones con las mías, son de naturaleza distinta, de cuerpos y mentes distintas.

-Toda la obra de Ernaux parece impulsada por un insano sentimiento de culpa, sobre todo, en lo tocante a la relación con sus padres, a la traición que para ella supuso ascender en la escala social y renegar de su antigua condición. ¿Qué tiene eso de raro?

-El sentimiento de culpa es más evidente en los primeros libros autobiográficos, en «El lugar» y «Una mujer», incluso en «El acontecimiento», que en los siguientes. Y lo raro no es el ascenso sociocultural en sí, que es muy deseable, sino cómo lo vive ella, cómo afecta ese ascenso, que Ernaux percibe como una traición, a las relaciones con sus padres y el entorno en el que creció, la sociedad normanda de la posguerra.

-¿Es esa también la razón de su éxito en Francia? ¿Que alguien nos cuente sus miserias, el relato de un aborto, de un delirio celoso, y disfrutar morbosamente de esas peripecias mientras las nuestras siguen ocultas?

-No creo que ésa sea la razón de su éxito. O no sólo. «Los años», su última obra, estuvo varias semanas en el primer puesto de la lista de libros más vendidos y trata, fundamentalmente, de cómo han cambiado las costumbres en la Francia que ella ha conocido. Es casi sociología.

-¿Cuál es entonces su mérito literario?

-Pues quizá el de haber llevado al extremo su rechazo del punto de vista psicológico, que ella resume en la pregunta: «¿Mi yo, qué interés puede tener?». Ernaux cree que lo importante es que su yo es producto de una clase social y de una época; de ahí su deseo de disolverse en los otros.

Todo gran libro empieza por ser extraño. Después, parece que nos hablara con palabras que siempre hayan estado ahí. Sobre la mesa de novedades, un libro raro del lector más brillante que al menos uno conoce. Son estas Escenas de la vida de Annie Ernaux, de Moisés Mori (Cangas de Onís, 1950). Leer, escribir. Molde y figura de lo mismo. O eso demuestra la singular trayectoria de Mori, jalonada de ensayos críticos que rebasan la categoría para erigirse en plena literatura; como Estampas rusas (1997), álbum crítico y poético de Iván Turgueniev, o Voces de Albania (2006), su «lectura en falso» de Ismail Kadaré. No sería corta su aportación como redescubridor, casi inventor, de figuras literarias. Lo poco que algunos habremos leído de estos dos autores -Padres e hijos, El palacio de los sueños- fue por, desde y de nuevo hacia estos peculiares ensayos: estampas, voces, escenas. Instantáneas donde el dedo del fotógrafo asoma ante el objetivo y se cuela en el retrato.

Con esta revisión de la obra de la francesa Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) Mori afina la propia conciencia de su obra, le da un género, que bautiza como «autoensayo» en la estela de la autoficción, y gira otra vez la tuerca, al descubrirnos ahora prácticamente a una autora. Como hacía Henry James al seleccionar a sus destinatarios al inicio de sus obras (esos personajes, señoras impertinentes, caballeros de ventruda seguridad, a quienes el narrador se arreglaba para privar de su relato), Mori parece elegir aquí a los lectores más heroicos: un libro de ochocientas páginas sobre una escritora francesa casi desconocida entre nosotros. Vaya. Pero el medio empieza siendo el mensaje. Porque uno de los precisos temas convocados es la escritura como resistencia a la manía utilitarista, al materialismo, el finalismo nuestro de cada día. Por eso este desaforado «diario de lecturas», un despropósito, un gasto de tiempo, papel y paciencia: una declaración formal.

En realidad, la autora de Una mujer (1987), La vergüenza (1997) o El acontecimiento (2000), entre sus pocos títulos traducidos al español, termina siendo un pretexto. De qué, es la cuestión. La estructura del libro es una intencionada «matrioshka», un juego de superposiciones: un narrador de rasgos autoficcionales, Moisés M., rentista diletante, soltero y solitario, cincuentón y protagonista de un artístico fracaso vital, sostiene a lo largo de tres años (2005-2008) esta bitácora de lectura. Anota así a una autora de textos fronterizos con la recta autobiografía, despojada de tentaciones retóricas, algo que ni siquiera es autoficción, sino «autosociobiografia» (p. 327), un paso más allá del naturalismo. A lo largo de las entradas del desordenado diario de aproximación a la autora, descubrimos así un aborto de adolescente, su ansia de posición social, la vergüenza de los orígenes, el alcoholismo familiar, el alzheimer de la madre, el desencanto de los vanos círculos intelectuales: todo, cruda y antropológica verdad; pero no toda la verdad.

Porque tras las máscaras del analítico determinismo de Ernaux, el lector Moisés M. descubre la tramoya de una ocultación; las trampas que al revelar sin disimulo ni miedo a la ofensa las circunstancias (esa sexualidad exhibicionista, casi biológica, antierótica, de sus últimos títulos), sólo estaría encandilando la atención del lector, acaso de la propia autora, para eludir las verdaderas preguntas, las que remiten al silencio. Tal vez eso nos dice por fin este libro sin sentido ni dirección, una digresión que vemos crecer en tiempo real, vacilar y desmayar: que todo lleva a la nada. Por eso, esta obra es quizá el diario de una crisis de la medianía de edad, un vaciado de molde de las penúltimas preguntas, las que el pudor autorial, el del ciudadano Mori, rehusaría formular en público. «Siempre he deseado escribir libros que hagan que la mirada ajena me resulte insostenible» (p. 714), dice la escritora normanda. Escribir, pues, como si se estuviera muerto (Kafka). Al revés, la literatura de Mori ha usado la doble máscara del ensayo crítico de obras ajenas y lejanas (Rusia, Albania) para decir lo que calla. Si en títulos anteriores nos llevaba por la senda de la Historia, la Utopía, la Memoria y otras grandes ideas que al autor se le volvieron palabras, ahora el pudor se vuelve filosófico, íntimo. Y ésta es tal vez la carga de profundidad del libro, su reflexión sobre los mecanismos de la escritura, sobre el pudor como combustible o bloqueo. Pero ahora, cincuenta y ocho años, una vida por detrás, hay demasiado en juego. Todo o nada. Tanto, que ni siquiera aquí podría decirse, a fuerza de haber comprendido. Extraño, muy extraño.