La poesía siempre ha sido un arma cargada de futuro, a veces más posible, otras menos, dependiendo no sólo de la voz, el intento y la habilidad de quien narra, sino también del momento histórico o necesidad más urgente de ésta, de la verdad en el verso, de esa blancura intacta y poderosa, temible si es certera: «Odio en la conciencia/ miedo en el corazón/ y exceso de azúcar en el estómago:/ eso es lo que han programado para ti»). Volvemos ahora a encontrarnos en tiempos convulsos, infames, y de una inestabilidad social, personal, anímica, incluso, del individuo y su entorno que al fin parecen haber despertado conciencia y lucha («Uno se queda atónito/ siderado/arrasado/ tiene que pellizcarse en el antebrazo/ de la consciencia/ y repetirse:/ no dejes de mirar ahí»). De nuevo, también se alza la voz de quien escribe, recuperando esa vitalidad y compromiso no sé si perdidos, pero claramente adormecidos en los últimos años; despierta el individuo y también el poeta («Falta lenguaje/ para decir/ el horror que viene»). Poesía como modo de denuncia, de movimiento, de sacudida y no leve temblor anclado en la belleza y sin mayor profundidad que la descripción sin causa y consecuencia («Somos/ palabra/ Eso quiere decir:/ radical contingencia/ búsqueda de sentido/ puente resuelto en ala/ Palabra/ que miente/ Palabra que muerde un trozo/ del pan de la verdad»). Compromiso, en definitiva: «Ni siquiera podemos ya imaginar/ lo que sería una sociedad decente/ salvo como resultado de inimaginables catástrofes». Y claridad: «Necesitamos/ más asambleas en fábricas y barrios y oficinas/ y menos radical chic».

Es casi una bendición para todo lector y amante de los libros hallar un trabajo tan delicioso como el que la editorial La Oveja Roja nos ofrece, esta vez en forma de cuartilla, cuaderno, cuya maqueta «sigue la base de un cuadernillo de notas adquirido por el autor en la extinta RDA a cambio de 0,95 marcos orientales». Algo excepcional, que edición y contenido se encuentren en pleno equilibrio y altura (casi en lucha constante por superarse uno al otro, o a la inversa). Importante detalle que destacar siempre: toda palabra exige un exquisito cuidado tanto interno como externo. El libro exige su forma. Y la forma, su contenido.

Poemas sinceros, voz sencilla, pero firme, lejos del discurso, de la grandiosidad de las palabras hueras, poemas que alcanzan lo más pequeño hasta lo universal y lo universal hasta lo más pequeño, poemas donde encontrarnos y que nos empujan hacia una postura menos sumisa, más activa. Una realidad que es la propia, pero también la ajena, y que, por tanto, nos pertenece a todos. Una apuesta por la reflexión y la lucha, el inconformismo. Una realidad, humanidad o poema heridos: «Si finalmente/ en la configuración de sedimentos las catástrofes de ayer/ han dejado huesecillos esquirlas y raíces que quepa disponer/ formando algo parecido a un rostro humano/ lo llamaremos en primera instancia/ poema/ y de antemano/ lo sabremos lisiado».

Ninguna lección, tan sólo muestra, apunte: «Se construye a partir/ de ruinas. Quien no lo sabe/ devasta el mundo». Intuición que se demuestra en el camino: «Una sola/ palabra/ verdadera/ elimina mil años de mentira». En nuestras manos se halla este poder: construir a través de la verdad. Un modo de honestidad en desuso.