El 11-S visto por un arquitecto alucinado

Cuando fueron atacadas por los guerreros de Bin Laden se interpretó que las Torres Gemelas eran los símbolos del poder infiel estadounidense. Aunque puede que, al menos para Mohamed Atta, el jefe del comando ejecutor, fueran algo más. No en vano el egipcio había estudiado arquitectura en El Cairo y Hamburgo. Partiendo de esta idea, el estadounidense hijo de turcos Jarett Kobek ha puesto en pie una alucinada novela que se lee sin respiro. Alternando escenas de la vida universitaria de Atta con otras de los meses previos a los atentados, Kobek dibuja una mente para la que el rascacielos, empezando por los que se levantan en tierras árabes, es la quintaesencia del imperialismo, el mayor enemigo de la arquitectura tradicional islámica, la atalaya desde la que los cruzados -simples instrumentos de Israel a sus ojos- violan la sacrosanta privacidad islámica. Un volumen, completado por un intenso relato sobre el último día de Saddam Hussein, que da toda la medida de la potencia que alienta en la mejor narrativa de ahora mismo.

Un Cartarescu ácido en el mundo de las letras

Seguro que los lectores del rumano Cartarescu (1956), el jefe de filas de la llamada "generación de los vaqueros", han descubierto ya Las bellas extranjeras. Habrán comprobado, pues, que sus páginas no están pobladas por los entes mitad oníricos mitad reales de Nostalgia (Impedimenta, 2012). Pero también se habrán sorprendido al descubrir que el Cartarescu de tinte autobiográfico que late en las tres narraciones de Las bellas extranjeras sigue envuelto en una peculiar nube, revestida aquí con colores del humor más descarnado. Rumanía, la de estos días y la de Ceaucescu, es, junto a la tribu literaria, el sujeto que el autor despliega en la mesa de operaciones para gratificarnos con su manejo del escalpelo. Ya sea cuando sospecha ser víctima de un ataque con ántrax, o cuando se ve envuelto en un infernal viaje a Francia junto a una docena de escritores, o incluso cuando evoca las primeras lanzas rotas muchos años atrás, Cartarescu hace del material de la memoria el punto de partida de una aventura siempre magna y siempre impredecible.

Vía de entrada al mundo de los Forsyte

Quienes tengan edad suficiente tal vez hayan visto La saga de los Forsyte, serie televisiva producida por la BBC en 1967 para adaptar la trilogía en la que el inglés Galsworthy (1867-1933) narró las vicisitudes de una familia de nuevos ricos de origen terrateniente en los años previos al estallido de la Gran Guerra. Galsworthy, Nobel en 1923, tenía una sutil capacidad para recrear los conflictos que vertebraban la sociedad inglesa. De ahí que sus novelas -delicias para amantes de la larga distancia- sean un preciso caleidoscopio de los choques y alianzas entre grupos, alimentados por el rugir de pasiones y creencias individuales. Galsworthy estructuró su historia de los Forsyte en tres trilogías: la que dio origen a la serie televisiva, la que se abre con El Mono Blanco (1924), que muestra el necesario reacomodamiento tras el conflicto; y, por último, la titulada Fin de capítulo, en la que retumban los tormentosos nubarrones de la década de 1930. Reino de Cordelia inicia con El Mono Blanco la titánica labor de ofrecer en castellano tan magno mapa social.

Fantasmas alegres y mucho humor mordaz

Thorne Smith (1892-1934) fue autor de rompedores best-sellers que, en la década de 1920 y hasta que la Depresión acabó con los sueños, se vendieron por millones de ejemplares. Un humor mordaz -no en vano era compañero de mesa, y a veces de cama, de Dorothy Parker-, alusiones sexuales demasiado explícitas para la época y un juego desenfadado con el mundo sobrenatural fueron las claves de su éxito. Algunas de sus obras se adaptaron al cine y a la televisión, como The Passionate Witch, que de la mano de René Clair se convirtió en Me casé con una bruja, huevo del que luego nacería la célebre serie Embrujada. Ahora bien, la cima de su producción son dos novelas: Topper y los fantasmas joviales (1926) y su secuela, Topper se va de viaje (1932). La historia de un respetable banquero y su depresiva esposa que tienen la desgracia de conocer a los Kerby, una despreocupada pareja de fantasmas que se comportan como recién salidos de un "night-club" de los años 20. Mucho sabor de época en una afortunada recuperación.