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El peso del viejo país hizo de Stalin un "zar rojo"

Con el funcionariado estatal (cooptado entre la militancia partidista) reemplazando a los antiguos propietarios, se procedió a construir una sociedad supuestamente gobernada por obreros y campesinos a través de "su" partido-vanguardia y en contra de los sectores burgueses, aristócratas y contrarrevolucionarios. Pero Lenin apreció pronto la burocratización provocada por la fusión entre partido único jerarquizado, instituciones del Estado subordinadas y organizaciones sociales instrumentalizadas. Tal como había profetizado León Trotsky, su correligionario y estrecho colaborador: "En primer lugar, la organización del Partido sustituye al Partido considerado como un todo; a continuación, el Comité Central sustituye a la organización para que, por fin, un dictador sustituya al Comité Central".

El ascenso de los apparatchik (hombres del aparato partidista) fue consagrado por el nombramiento de Iósif Stalin como secretario general del partido en abril de 1922, cuando empezaba a fallar la frágil salud de Lenin. Falleció en enero de 1924, con el edificio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ya en vigor. La lucha por la sucesión entre Trotsky y Stalin acabó con el triunfo del segundo en 1927. Ese encumbramiento, acompañado de un culto semi-religioso a Lenin (cuyo cadáver fue embalsamado en un mausoleo junto al Kremlin), evidenciaba el peso de la vieja Rusia en el nuevo régimen, que tenía en Stalin a su nuevo "zar rojo". Así lo reconoció éste en privado a su anciana madre, una campesina georgiana semi-analfabeta que preguntaba por su oficio: "¿Te acuerdas del zar? Pues bien, soy una especie de zar" ( Simón Sebag Montefiori).

El modelo comunista soviético duraría hasta su desplome en el bienio 1989-1991, víctima de su fracaso económico, deslegitimación social y estancamiento cultural. Pero vivió su edad de oro con la victoria en la Segunda Guerra Mundial y los procesos de descolonización. No en vano, la primera permitió la imposición de su hegemonía sobre la Europa oriental liberada por el Ejército Rojo, mientras que lo segundo propició el surgimiento de nuevos regímenes hermanos en China (1949) y otros países asiáticos (Vietnam, Corea), africanos (Angola) o incluso americanos (Cuba). Allí siguen los últimos reductos comunistas, con sus variantes inesperadas (capitalismo de Estado en China y dinastía revolucionaria en Corea).

En resolución, el ciclo histórico del comunismo empezó como uno más de los nobles impulsos humanos a favor de la igualdad, cristalizó en una doctrina socio-política de tintes cientifistas salvíficos y culminó en una práctica política estatal crudamente dictatorial. Hace ya años Jacob L. Talmon había llamado la atención sobre este devenir paradójico con perspicacia: "Hay una ley irónica que hace que los esquemas salvíficos revolucionarios evolucionen hacia regímenes de terror y que su promesa de una democracia perfecta y directa asuma en la práctica la forma de una dictadura totalitaria".

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