Lo sucedido en Caravaca fue la gota que colmó el vaso. Lo realizado por el técnico oviedista Paco Carrasco, tanto en el aspecto deportivo como humano, lo descalifica como técnico y como persona. Para el técnico alicantino, con una mentalidad totalmente infantil, el Oviedo ha sido su juguete. No tenía «playmóviles» ni consolas para jugar y divertirse, por eso escogió un equipo de fútbol histórico como el Oviedo para entretenerse, y ahí está el resultado.

Pero no toda la culpa de lo que sucede la tiene Carrasco. La tienen también todos aquellos que desde su llegada al Oviedo le hablaron de nubes negras, de persecución, etcétera, etcétera. Eso le quedó muy grabado y al primer revés que tenía siempre salían a relucir los negativistas, los antioviedistas, los de la nube negra, sin darse cuenta de que era él, el propio entrenador, quien más daño hacía a la histórica entidad oviedista.

El domingo, en tierras caravaqueñas, se rió a la cara de unos aficionados que por amor a los colores azules se habían metido entre pecho y espalda doce horas de viaje, sin dormir, sin apenas probar bocado, para estar con los suyos, para animarles. Por eso no era de extrañar que tras el ridículo hecho por el equipo, con Carrasco como principal responsable, los oviedistas pagasen su enfado con el máximo accionista, Alberto González y el técnico, Paco Carrasco. Pero mientras el máximo accionista intentó pasar el mal trago de la mejor manera posible, apoyados por directivos señores del Caravaca, el técnico se envalentonó. Levantó la mano para intentar agredir a un seguidor azul y llamó a los que, cansados de todo le increpaban, «antioviedistas» y «niñatos»; él, que cobra sus buenos duros a la temporada, que tiene por parte del club todo lo que quiere y algo más, insulta a unas personas que muchos de ellos son «mileuristas» desde hace mucho tiempo y seguirán siéndolo, mientras que el técnico intentará que otro equipo lo contrate o seguirá dando sus recitales de palabrería en medios de comunicación, por supuesto altamente remunerado.

Decían en Caravaca ante el gran número de seguidores azules que había en la localidad murciana que no habían visto cosa igual. Que podían ver a jóvenes y menos jóvenes con camisetas de su equipo, pero nunca habían visto a tanta mujer con camisetas y con esa fidelidad a los colores azules. Pues bien de esa afición, que padecido carros y carretas en los últimos tiempos, sólo a Carrasco se le ocurre comentar que es la peor del mundo, que con ella no se puede ir a ningún lado y que lo mejor sería jugar el partido de vuelta a puerta cerrada. Con estos sentimientos no podía Carrasco seguir ni un minuto más al frente del equipo.

Nunca había conectado ni con Oviedo ni con el oviedismo. Creía que la afición ovetense acababa de descubrir el fútbol y que aquí lo más redondo que se había visto era una onza de chocolate, como vulgarmente se dice. Ha intentado que todos comulgasen con sus ruedas de molino y ha despreciado de manera olímpica a los hombres que ha tenido a sus órdenes. Todo por su soberbia, falta de humildad y no saber encajar las críticas.

Pedir a los aficionados que acudan a animar ante el Caravaca es reírse de la afición. Poner en liza el domingo una alineación como la que puso es reírse de los aficionados. Y sustituir en el segundo tiempo a un jugador porque le plantó cara en el descanso es de mala persona y de rencoroso. El Oviedo puede ganar la eliminatoria, no va a ser fácil ni mucho menos, pero lo harán los jugadores con sangre azul, su fiel afición y no un impresentable técnico.