El partido fue tan malo como insinuaba la clasificación de los dos equipos que cerraban la tabla. Pero mientras que el Zaragoza trataba el balón con un mínimo de respeto, el Sporting se empeñaba en maltratarlo. De nada sirve tener en el centro del campo a Rivera, Nacho Cases y André Castro si la consigna es que el balón sobrevuele esa zona. Como mucho, el Sporting sacó alguna falta sobre Barral, sin mayores consecuencias. Sí las pudo tener un córner que cabeceó Eguren con mucha intención, fuerte y picado, al que respondió Roberto con solvencia. La otra oportunidad local en todo el primer tiempo llegó por un error de Paredes en la salida, que aprovechó André Castro para habilitar a Colunga. El delantero hizo un primer movimiento de cine al regatear al último obstáculo, Mateos, pero se empeñó en acaparar toda la gloria cuando Barral llegaba en mejores condiciones. Colunga tiró al muñeco y el rechace de Roberto le cayó muy encima a André Castro, que no pudo embocar.

Poco más hizo el Zaragoza en la primera parte, pero le alcanzó para aprovechar el desajuste provocado por Eguren. El uruguayo era un candidato claro a quedarse en la caseta en el descanso, o a adelantar su posición, pero Clemente decidió que todo siguiera igual. Y por esas cosas del fútbol, Eguren iba a atraer todos los focos nada más empezar el segundo tiempo. Bastó un córner y que Barral peinara en el primer palo para que la organización defensiva del Zaragoza quedara retratada. No llegó André Castro, pero sí Eguren, que conectó un cabezazo que entró pegado al poste derecho de Roberto.

Como el fútbol es un estado de ánimo, durante un rato los dos equipos alimentaron la posibilidad de un cambio de tendencia. La entrada de Trejo y Canella también aventuraba un Sporting más ordenado y capacitado para combinar. Pero las cosas siguieron más o menos igual. El Zaragoza, menos agarrotado que su rival, pareció siempre más cerca del segundo gol, tanto con Helder Postiga como cuando le sustituyó ese delantero con pinta de armario de tres cuerpos, Aranda. Ninguno de los dos aprovechó su oportunidad y, por fin, llegó el momento que El Molinón estaba esperando. De las Cuevas se reencarnó en Butragueño y, tras mandar de paseo a varios defensas, encontró a Sangoy instalado en una parcelita en el área. El balón llegó ideal para que el argentino la rompiera, pero como en El Sardinero defraudó a todo el mundo y dejó al Sporting sin esperanzas con un remate al segundo anfiteatro. Sangoy completó su descenso a los infiernos estropeando una contra de dos para uno que pedía sólo un pase al espacio para que Colunga hiciese el resto. Ahí se acabó el Sporting, resignado a un empate que era una condena. Peor fue la estocada final de Lafita, que a falta de que lo confirmen las matemáticas pone al Sporting en el camino de regreso hacia la Segunda División.