Cocinar un ascenso requiere una buena caldera. La misma que pidió recuperar Abelardo para el encuentro ante el Mallorca y que la afición terminó aderezando con un ruidoso Molinón que levantó a los suyos e intimidó al rival. Dos minutos tardó el conjunto balear en sufrir los rotundos silbidos que acompañaban cada posesión visitante por parte de un público más entregado que nunca a la causa: lograr tres puntos claves para continuar en la pelea por el ascenso directo. La llamada del Pitu, a la vista de lo sucedido, surtió efecto.

Alejo presidió el fondo sur. Una pancarta en homenaje al añorado mayordomo de El Molinón, al cumplirse un año de su fallecimiento, recuperó el aroma más clásico del municipal gijonés. El mismo de las grandes ocasiones. El que gritó el "ahora, ahora, ahora Quini, ahora" el día que El Brujo reaparecía tras pasar por quirófano, o el que retumbó cuando Nacho Cases saltó al campo tras dos meses lesionado. La afición comulgó de nuevo con el abelardismo, arropó a los guajes desde el principio y mostró su lado beligerante cuando tocaba. Unas veces para que Pérez Pallás sacara una tarjeta al rival que se resistía, otras, para castigar la excesiva parsimonia de los futbolistas del Mallorca, cuando el marcador seguía sin moverse. No faltaron, sin embargo, los pañuelos blancos para la directiva rojiblanca, en el minuto cinco de partido. Paréntesis que no alteró el convencimiento de añadir decibelios al ambiente para que el Sporting jugara con doce.

La expedición del Mallorca terminó culpando al sportinguismo de buena parte de las causas de su derrota. Una postura que ejerce como el mejor resumen del triunfo de la caldera. No se superó la barrera de los veinte mil espectadores, pero estuvo cerca. Las ganas de los guajes se extendieron a la grada, o quizá la grada contagió a los guajes. Había que ganar y todos ganaron.