La primera semana oficial de la temporada de tenis ha confirmado dos impresiones respecto a Rafa Nadal: vuelve a jugar a buen nivel, pero esa mejoría tiene el límite que impone la dictadura del rey del momento, Novak Djokovic. Con el cambio de año, el serbio mantiene intacto su espíritu competitivo. Y como ha logrado el control mental que le condenó tantas veces en el inicio de su carrera, hoy por hoy es imbatible. Con Roger Federer dosificando su calendario y los tenistas de la segunda línea mundial incapaces de dar el paso definitivo, sólo la mejor versión de Nadal podría evitar otro año de dominio absoluto de Djokovic. En todo caso, el tenista español ha ganado una vez más el título más importante, el de la supervivencia. Los mayores reveses de Nadal son los que sufrido un cuerpo castigado por las lesiones. Por eso es un milagro que, con 29 años y tras una década soportando un ritmo infernal, siga en los escenarios más exclusivos del tenis mundial. Hace poco reconocía que lo peor de 2015 no fueron los resultados, sino los mensajes negativos que le enviaba el cerebro. Por eso no es extraño que cuando le plantean la posibilidad de quedarse en catorce Grand Slam responda con la mejor sonrisa, como diciendo que nunca pensó llegar a tanto.