"¿La calefacción? No la pongo todavía, andamos muy apretados", comenta un jubilado avilesino que pide reservar su identidad. Vive con su esposa, su hija y un nieto de corta edad. Con temperaturas en Avilés que en estos días han sido inferiores a los siete grados, la familia ha procurado "aguantar" y no poner aún los radiadores eléctricos. "La luz es casi un artículo de lujo; alguien se está poniendo las botas", comenta el pensionista. El de su hogar es un perfil propio de la llamada "pobreza energética", un tipo de precariedad económica que está avanzando en Asturias y en el resto de España, cebada por la combinación de tres circunstancias: el deterioro en la renta de los hogares, la baja eficiencia energética de edificios y viviendas y la escalada en los costes de la energía, precios en buena medida regulados por la Administración. Las cuentas oficiales dicen además que todos los recibos de los servicios que dependen del sector público, no sólo los de la luz o el gas, están minando los presupuestos familiares.

La Asociación de Ciencias Ambientales, colectivo nacional que reúne a científicos y profesionales de variopintas procedencias, hizo en 2012 una evaluación de la pobreza energética en España y la definió de este modo: "Aquella situación que sufren los hogares que son incapaces de pagar una cantidad de servicios de la energía suficiente para la satisfacción de sus necesidades domésticas o cuando se ven obligados a destinar una parte excesiva de sus ingresos a pagar la factura energética de sus viviendas".

Los datos disponibles sugieren que no son pocas las familias asturianas que encajan en la citada definición. Según la Encuesta de Condiciones de Vida, elaborada cada año por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 6,6% de los hogares no puede permitirse mantener la vivienda con la temperatura adecuada. Tal proporción equivale a 30.000 hogares y a más de 65.000 personas, tantas como la población agregada de Langreo y Castrillón. Y el número de esas familias que durante los meses de frío no pueden permitirse calentar la casa lo suficiente se ha duplicado desde 2009.

Las imágenes que ayer reprodujo este diario de los estudiantes de la Facultad de Económicas abrigados y con los guantes puestos dentro del aula por los recortes de la Universidad en el gasto de calefacción pueden resultar cotidianas puertas adentro de una parte de los domicilios asturianos. Sobre todo en aquellos golpeados por el desempleo. José Luis López, coordinador de proyectos de la Asociación de Ciencias Ambientales, subraya cómo la combinación del alto paro y el encarecimiento de los suministros ha disparado desde 2009 la gravedad del problema de pobreza energética. En ese tiempo, la renta anual media de los hogares bajó en unos 1.300 euros, mientras se encarecían la luz, el gas natural, el gas butano y el gasóleo de calefacción. También, otros recibos asociados a la vivienda e igualmente sometidos a regulación pública.

La Encuesta de Presupuestos Familiares, otra de las que confecciona el INE, deja al aire cómo los asturianos han ajustado notablemente su gasto en capítulos básicos donde los precios han evolucionado de manera más contenida, como la alimentación, la ropa o la telefonía, pero no han podido hacerlo con la energía, un mercado caracterizado en España por el enorme déficit (cerca ya de 30.000 millones) del sistema regulado de tarifas y por la insuficiente competencia en precios en el mercado libre. En las siguientes líneas se explica cómo han evolucionado varios de esos gastos.

Luz y gas. La factura anual media de un hogar asturiano por los suministros de luz, gas y otros combustibles era en 2007 de 788 euros. En 2012, llegó a los 1.092 euros (un 39% más). Es una cantidad superior a los ingresos medios mensuales de un pensionista (1.016 euros) y equivale al 11% de los ingresos de un parado que esté cobrando la prestación contributiva (el subsidio más generoso). El gasto medio por hogar ha crecido en esas proporciones incluso a pesar de que el consumo eléctrico de las familias retrocedió un 4% de manera agregada. Esto es, los ciudadanos han procurado ahorrar en luz, pero el recibo ha seguido subiendo.

Basura y agua. El capítulo de los recibos de basura, agua, alcantarillado y comunidad, en los tres primeros casos con precios marcados por la Administración, pasó de 632 euros en 2007 a 797 en 2012 (aumento del 26%).

Otros gastos básicos. El comportamiento altamente inflacionario de la energía y de los citados servicios contrasta con el gasto de los hogares en otros productos básicos. Las familias han metido tijera en la cesta de la compra y la factura de los alimentos ha bajado en casi 600 euros anuales desde 2009. Ese ajuste ha estado favorecido por un entorno comercial de alta competencia en precios. En el caso de la ropa, el gasto se ha desplomado: en un solo año cayó el 22,6%. Y el gasto en telefonía, mercado liberalizado durante las últimas décadas y con altos niveles de competencia, también ha retrocedido (de 802 a 790 euros anuales por hogar), a pesar de que en este tiempo ha aumento el número de usuarios, de servicios y de dispositivos, al contrario de lo ocurrido con la electricidad.

"La luz es casi un lujo", comenta el jubilado avilesino que aún no pone la calefacción y que también ha prescindido de enchufar una secadora cuyo funcionamiento disparaba el recibo. El último fue de 175 euros. "Me retrasé ocho días en el pago y el banco me cobró veinte euros de recargo", protesta. Su familia, como muchas otras asturianas, muy pendiente de no activar un interruptor de más en la casa para no sobrecargar las cuentas familiares. Pero la llamada pobreza energética no es sólo un problema económico, según José Luis López, de la Asociación de Ciencias Ambientales: "Se sabe que está relacionada con una mayor prevalencia de ciertas enfermedades que afecta más intensamente a poblaciones vulnerables como los ancianos y los niños". Está en juego la salud, previene.