Pedro Almodóvar vuelve a desnudarse ante el espectador en «La piel que habito», su película número 18 y en la que, atravesadas por el código del terror, emergen sus obsesiones troncales, como el deseo o el dolor maternal. «Me hubiera gustado tener hijos», confiesa.

«De joven no tenía ese interés o esa necesidad animal de ser padre, pero a partir de los 42 años sí que se me pasó por la cabeza muchas veces y sí que ahora echo de menos no tener una familia. Pero familia como unidad emocional, de cuidado y amor», explica en una entrevista con la agencia «Efe».

«Si todos los avances actuales me hubieran cogido con 15 años menos, es muy probable que hubiera tenido hijos», concluye. Y es que en «La piel que habito», que se estrenará el 2 de septiembre en toda España tras pasar por el Festival de Cannes y los mercados francés y británico, el dolor de la pérdida de un hijo vuelve a ser, como en «Todo sobre mi madre», uno de los detonantes del tapiz emocional tejido por el manchego.

Esta vez, en cambio, todo se filtra por la mente del psicópata que interpreta Antonio Banderas, que pierde a su hija y también a su mujer. «Su lectura de la realidad no tiene nada que ver con la de los demás, y le hace llegar a unos límites de crueldad enormes, porque algo que define al psicópata es que algo falla en su cerebro que no tiene capacidad de ponerse en el lugar del otro, ni idea del dolor que puede causar», resume Almodóvar.

«El género negro, el noir, el thriller o el terror psicológico, me apasionan como espectador. Agradezco una película de Michael Haneke, que me hace salir desasosegado. El cine cada vez provoca menos ese tipo de sensaciones», asegura. La bioética es ahora el campo minado por el que transita su discurso provocador y moralmente complejo. «Es maravilloso que la ciencia esté avanzando a pasos agigantados, pero hay un montón de problemas morales que conlleva el propio progreso», afirma. La identidad de Almodóvar no desaparece tampoco en «La piel que habito» pese a su sobriedad y su negrura. Y él mismo reconoce que en los rodajes se siente como el dios de su universo. «Ser director de cine te da un enorme poder. Es una de las profesiones que más poder te dan, que más excusas te dan para ejercerlo abusando sin tener que dar explicaciones. Pero yo trato a la gente con respeto», matiza.