A. RUBIERA

El pasado mes de diciembre la sanidad asturiana obligó a jubilarse a un nutrido grupo de médicos que, aunque seguían en ejercicio, habían superado ya los 65 años. Entre ellos estaba el doctor José Guerra Naranjo (Las Palmas, 1943), jefe de servicio de la unidad de cuidados intensivos de Cabueñes. Un profesional que siempre ha estado vinculado a la sanidad pública (incluso en la rama castrense, ya que en la Sanidad Militar alcanzó el grado de capitán médico), desde el mismo momento en que salió de la Facultad de Medicina, en 1965.

A Gijón, en concreto, José Guerra llegó el 9 de junio de 1978, tras ganar por concurso oposición nacional, y «para mi sorpresa», según recuerda, la plaza de jefe intensivista en la residencia José Gómez Sabugo (que se había inaugurado el 10 de octubre de 1977). Guerra Naranjo ha sido uno de los testigos que ha visto crecer y consolidarse, durante tres décadas, aquella residencia pequeña a la que se incorporó cuando su especialidad estaba en pañales; «no había ni siquiera personal suficiente para hacer las guardias, de ahí que tuviera un gran apoyo de otros servicios». Esa dedicación profesional a la sanidad pública de la que «nunca me he cansado», dice, le reservó el disgusto de dejar de contar con él de la noche a la mañana. Durante meses se ha reservado sus opiniones sobre la sanidad asturiana. Ahora, con la herida cicatrizada y disfrutando de su jubilación, no le importa hacer repaso.

-Atrás han quedado tres décadas de trabajo en Cabueñes.

-Treinta y un años y medio, para ser exactos. Hace sólo unos días he estado en Cabueñes, en mi servicio, y sigo viendo el cariño con el que me recibe la gente. Creo que, de alguna manera, he dejado mi impronta allí. Y si es así, estoy satisfecho porque lo hice sin imponerme, porque yo soy un hombre de consenso.

-¿Satisfecho del servicio de UCI que ha dejado?

-Pienso que en estos años hemos creado un buen servicio de intensivos, puntero en el país. Estadísticamente tenemos una mortalidad de un 12-13%, lo que está muy bien. Es cierto que hasta ahora en nuestra unidad ingresamos enfermos coronarios, que tienen una mortalidad menor (7-8%), pero tenemos sepsis, insuficiencias respiratorias... un amplio abanico de problemas. Creo que damos un servicio de calidad a la población y, sobre todo, algo que sí he intentado transmitir constantemente, es la idea de trabajar con humanidad, cuidando el trato directo con el familiar y con el enfermo y dando todas las explicaciones posibles. Esas son también cosas importantes.

-Con relativa frecuencia surge el debate sobre la saturación de la uvi. ¿Considera que es acorde en tamaño a las necesidades de Gijón?

-Hasta ahora hay 14 camas de las que la mitad estaban reservadas para enfermos cardiológicos agudos (atención a braquicardias, arritmias, la implantación definitiva de marcapasos...) y el resto son polivalentes. Sobre ese debate yo diría que se ha pasado por distintas etapas y ahora, en concreto, es un momento especial de cambios.

-¿Por qué?

-Porque con el proyecto de ampliación del hospital se habló de crear la unidad de coronarios, que en principio iban a depender de nuestro servicio, pero que finalmente se ha adjudicado a Cardiología y al doctor Eduardo Segovia, y eso va a repercutir en nuestra actividad. En compensación por perder a los pacientes coronarios se nos ofertó tener en la quinta planta una unidad de cuidados intermedios, así que el servicio está en proceso de cambios.

-¿Le gusta en general el hospital de Cabueñes que se ha ido configurando a lo largo de estos años?

-Creo que en general la evolución ha sido buena. Cuando yo llegué era un hospital pequeño y hubo que ir avanzando. Creo que hay una persona a la que hay siempre se le habrá de reconocer el papel fundamental que jugó en la buena proyección de Cabueñes. Esa persona es la actual gerente del Sespa, Elena Arias. Hizo una buena labor apoyándose en el trabajo del doctor Carlos Prieto, ahora gerente de Cruz Roja y antes jefe de sección mío. A Prieto le llamábamos el médico-ingeniero-arquitecto, porque cuantificó en un buen trabajo, muy sopesado, las necesidades sanitarias de Gijón. Y Elena eso lo refrendó, llegando a la reforma que se hizo en Cabueñes entre los años 1994-96. Esa fue la reforma importante de Cabueñes. En concreto, nosotros pasamos de tener 6 camas a 14; las urgencias también se adecuaron, los quirófanos, radiología igual... Eso es digno de reconocer.

-¿Qué nos queda por obtener?

-Mi lucha y la de muchos otros compañeros, como por ejemplo Mario Argüelles, jefe de servicio de Anatomía Patológica (jubilado ahora en enero), era conseguir hacer de éste un hospital si no terciario, como los de Oviedo, sí que fuera de nivel intermedio, ya que por población se necesitaba algo más de lo que había. A mí, en concreto, me gusta el enfermo neurocrítico, y di mucho la batalla para que hubiera en Gijón neurocirugía. Las razones eran básicas: si esta es un área fundamentalmente urbana e industrial, los accidentes de tráfico o laborales siempre están presentes. Pero los diferentes consejeros pensaron que Oviedo cubría perfectamente ese servicio y con el transporte secundario y las uvis móviles, no había lugar a la petición. Otras cosas sí se consiguieron y se desarrollaron bien. Con la población envejecida la cirugía vascular tiene su sitio, cardiología también... mi pena fue que yo intenté colaborar en todo y al final en el caso de la cardiología acabaron por imponerse otros.